EL ESTADO CONTRA LA NACIÓN

Focus: Política
Fecha: 03/09/2014

Al margen de lecturas esencialistas interesadas – que toman como referencia el romanticismo alemán del siglo XIX para criticarlo – lo cierto es que una nación está conformada por unas variables muy definidas que soportan la prueba de la falsabilidad. Una nación es un colectivo de personas en un espacio territorial dado, que comparten una lengua y, por encima de todo, una manera de interpretar la realidad. Esa manera (esa lectura del mundo) se expresa en su relación con el trabajo, el núcleo familiar más próximo, los vínculos asociativos con la vecindad, su proyección espiritual (religiosa o no religiosa) y su forma de vivir el ocio. En definitiva, en sus creencias, ideas, usos, costumbres, prácticas, actitudes y formas conductuales; ese conjunto que sociólogos y antropólogos han definido como cultura.

De ahí se concluye que Catalunya es una nación, como lo son Irlanda, Croacia o Grecia.

Lo que no parece tan evidente es que España sea una nación. Quizás Castilla tuvo la oportunidad de serlo (el episodio comunero fue liquidado sin piedad), pero las ansias expansivas de sus gobernantes le impidieron esa mínima cohesión que exige un proyecto nacional. Porque no tenían proyecto, expulsaron a judíos y moriscos, perdiendo activos clave en el devenir histórico. No supieron integrar. Castellanizaron cuanto pudieron, creyendo que con esto les bastaba.

Uno se pregunta el porqué de todo esto. Hay algunos indicios: La sequedad del páramo castellano, una economía basada en la liquidación de los pastos para el ganado, una política impositiva que frenaba cualquier idea de progreso, una exagerada desigualdad en las rentas, un poder centralizado, una minoría surtida de privilegios, un bastón inquisitorial de una religión dogmática. Intolerancia, agresividad, despotismo no ilustrado. La cruz y la espada.

No supieron crear una nación. Prefirieron crear un Estado. Y un Estado es una fabricación humana y, como tal, perecedera. Dotados de un imperio colonial, sometido a sangre y a fuego, tuvieron que organizarse pesadamente para administrarlo. Al ejército de funcionarios no les interesaban las culturas de las zonas ocupadas, nunca hicieron nada para incorporarlas y así las fueron perdiendo paulatinamente. Cuando amaneció el siglo XX, eso que llaman España era un Estado en el que algunas naciones (Catalunya y Euzkadi) trataban de ocupar su propio espacio. Y fue entonces, como reacción ante el movimiento de las últimas colonias, que los ideólogos de un Estado deteriorado se inventaron la marca España y la vendieron como una nación que nunca había sido.

El proyecto de una confederación entre las coronas de Castilla, Aragón y Catalunya había fracasado en los siglos XVI y XVII. Luego un problema dinástico (siglo XVIII) acabó con una guerra en que los borbones, atizados por la corte castellana, arrasaron con las bases poblacionales, económicas y jurídicas de Catalunya, una de las naciones más antiguas de Europa. Trescientos años después y tras el genocidio franquista, Catalunya continúa siendo una nación y España sigue siendo un Estado.

El contencioso actual, que llevará a la independencia de Catalunya, es un contencioso atípico, que enfrenta categorías analíticas distintas: un Estado contra una nación. Dicen los lógicos que en un caso como éste no hay entendimiento posible.

Tardará más o menos, pero la independencia de Catalunya está “descontada”.

Alf Duran Corner

 

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