EL OBSERVADOR

Focus: Sociedad
Fecha: 19/07/2018

Por razones personales he viajado muchas veces a Estados Unidos. Conozco bien el país, pues tuve la oportunidad de estudiar en la escuela de negocios de la universidad de Stanford (que creo me marcó en términos profesionales y académicos), y reconozco un cierto sesgo a su favor, a pesar de sus llamativas contradicciones.

Estos días he pasado una semana en Nueva York y, como no tengo la condición de turista ni debo someterme al dictado de los guías, me he dedicado a observar.

Me he centrado en la calle, en los medios de comunicación y en el debate político.

La ciudad se va deteriorando, incluso en los espacios más nobles. Hay mucha obra pública, que crea dificultades al tránsito y que sólo trata de reparar lo absolutamente necesario. Es capitalismo puro y duro, donde el Estado se achica y sólo funciona lo privado. El ruido estridente domina, con los grandes camiones transitando por lugares insospechados. La quinta, Madison y Park Avenue han perdido aquella singularidad que las destacaba. Quizás el Upper East Side, frente a Central Park, se salva del diluvio. En general se ha perdido glamur y la gente viste peor, fenómeno que comparte con lo que vemos en la mayoría de las grandes ciudades del mundo. Aquellas elegantes ejecutivas que antaño encontrabas saliendo de sus oficinas, con sus bambas y su bolsa donde guardaban los zapatos de tacón, han casi desaparecido. La obesidad va en aumento, como si se tratara de una epidemia. El turismo ha generado, lo cual no es nuevo, una masa de “trabajos” precarios, con hombres y mujeres “anuncio” ofreciendo todo tipo de servicios. En bares, cafeterías y restaurantes, los camareros cuentan con las propinas de los clientes para complementar sus bajos sueldos, con lo que las suggested gratuities se transforman en una obligación sin base legal. La mezcla de olores, ruido y aire contaminado explica la protección que utilizan algunos turistas orientales, sobre todo los japoneses. Van desapareciendo las librerías tradicionales, aunque todavía nos queda el Strand (en el cruce de Broadway con la 12th) y los viejos locales de Barnes & Noble, sobre todo el que se asienta en Union Square. Los míticos clubs de jazz (el Blue Note y el Village Vanguard) se han turistizado. Cuando observas la actitud de los asistentes, recuerdas las palabras de Louis Armstrong refiriéndose al jazz: “Si has de preguntarlo, nunca lo sabrás”.

Hay muchos canales de televisión, la mayoría por cable (de pago). La programación consiste en un mix de concursos, deportes, cocina e información, con el añadido de alguna serie o película sacada del baúl de los recuerdos. Eso sí, bien regado con una sobrecarga de anuncios publicitarios, que cortan el relato en cualquier momento. Los anuncios más repetidos guardan una lógica interna que puede explicar otros fenómenos sociales: anuncios de comida (muy abundante y barata) y anuncios de medicamentos de todo tipo y condición para resolver los problemas de salud o para prevenirlos, en parte creados por la ingesta de alimentos. Parecería una alianza entre el sector de la gran alimentación y el Big Farma, que los telespectadores aceptan con agrado. La información es fundamentalmente local o nacional, con especial énfasis en los “sucesos”. Y es que a los estadounidenses les continúa importando muy poco todo aquello que esté más allá de sus fronteras. Y si en alguna ocasión les interesa, es porqué el protagonismo es norteamericano.

Y esto me lleva a mi tercer foco de interés: el debate político. Los informativos dedican siempre algunos espacios al debate, en el que un periodista recoge la opinión de distintas personas de los ámbitos políticos, económicos o mediáticos. Mi estancia ha coincidido con una larga visita del presidente Trump a Europa, con particular presencia en Inglaterra (sus “primos” ingleses) y en Finlandia, donde se entrevistó con el presidente Putin. Después de esta última reunión  y en la rueda de prensa conjunta, el presidente Trump disculpó las teóricas implicaciones de los servicios secretos rusos en el “hackeo” de las bases documentales de la candidata Hillary Clinton. Aludió además  críticamente a los servicios secretos de su país, durante la administración Obama, por no haber protegido debidamente los intereses norteamericanos.

Y aquí se abrió la caja de los truenos. Líderes mediáticos y políticos acusaron al presidente Trump de haber traicionado a Estados Unidos, como jamás había ocurrido. El repertorio del lenguaje utilizado se movió entre el drama y la comedia de costumbres, hasta extremos absolutamente ridículos. Parecía que volvíamos a la “guerra fría”, con la retórica de “el mundo libre”, el enemigo a batir, la supremacía yanqui, etc. Todo muy patético. Y es que el establishment  todavía no ha superado la elección de un presidente que no forma parte de la casta, que hace declaraciones extemporáneas, que no es políticamente correcto y que dirige el país como si se tratara de uno de sus proyectos inmobiliarios. Posteriormente, el presidente Trump (de regreso a casa) hizo unas declaraciones en las que habló de muchas cosas (la menor asignación presupuestaria por parte de Estados Unidos a la NATO, la condición del Reino Unido como país especial en los tratados comerciales, su opinión sobre el flujo migratorio en Europa y su impacto cultural, y los acuerdos sobre temas de desmantelamiento nuclear con Rusia, que era a su juicio el tema más importante de su visita). También hizo una breve observación que podía haber confundido a los periodistas, sobre una oración clave de su discurso donde dijo “sería” en lugar de “no sería”, que cambiaba el sentido de la frase, que hubiera quedado así: “No veo ninguna razón por la cual no sería Rusia...”.

Pero el presidente Trump no se arruga, ni pide disculpas a nadie. Por eso en sus tweets últimos podemos encontrar frases como éstas:

El presidente Trump no quiere problemas ni con Rusia ni con China  -que son junto a Estados Unidos los tres principales actores del poder mundial-  y lo quiere dejar bien claro. Y esta decisión, hay que reconocerlo, es una decisión inteligente.

Es por ello que uno debe ir más lejos para comprender la reacción agresiva, hasta límites insospechados, de algunas de las estrellas mediáticas norteamericanas, y en concreto de la CNN, cadena que apostó directamente por Hillary Clinton en las últimas elecciones. Voy a citar únicamente tres nombres que destacan en este firmamento: Chris Cuomo, Anderson Cooper y Wolf Blitzer. Chris Cuomo, que parecía personalmente agraviado por las declaraciones iniciales del presidente Trump, es hijo de Mario Cuomo y hermano de Andrew Cuomo, el primero ex-gobernador histórico del Estado de Nueva York y el segundo el actual gobernador. La saga de los Cuomo es una de las más reputadas del partido demócrata y mantuvo vínculos familiares con los Kennedy. Anderson Cooper tiene también un buen pedigrí, pues su madre (ya fallecida) pertenecía a la saga de los Vanderbilt, originaria de Cornelius Vanderbilt, uno de los hombres más ricos del mundo de todas las épocas. Tanto Cuomo como Cooper pasaron por Yale. El tercero, Wolf Blitzer, nacido en Alemania y de etnia judía, es un hombre hecho a sí mismo, que ha desarrollado su carrera en la CNN, cadena en la que entró en 1990. La CNN sin Blitzer sería otra cosa. La CNN es el establishment y el establishment considera a Trump un “parvenu”, un nuevo rico.

La calle, los medios y el debate político son tres planos que se entrecruzan y nos dan el perfil de un país al que le cuesta perder su arrogancia, pero que continúa siendo un gran país con todas sus contradicciones.

Si vas a Nueva York, olvídate de los monumentos y abre bien los ojos.

Alf Duran Corner

 

« volver