EL PLACER DE SER ATEO

Focus: Sociedad
Fecha: 05/01/2007

En el mundo convulso que nos ha tocado vivir, en este siglo XXI tecnológicamente avanzado que ha hecho de la irracionalidad costumbre, merece la pena sopesar otra manera de interpretar la vida.

Frente al “revival” religioso que nos invade, sea cual sea la etiqueta que lleve, los hombres y mujeres libres de ataduras tienen escasas oportunidades de hacer valer sus argumentos.

El agnóstico considera que la razón humana no se halla en condiciones de comprender lo “absoluto” y por ello se abstiene. El escéptico cuestiona todo por sistema y se refugia en la privacidad. Y el ateo no sale del armario, y cuando sale lo hace de puntillas para no herir a nadie.

Por eso cuando cualquiera de ellos hablan de religión, anteponen la palabra “respeto”.

A mi la religión, cualquier religión, me merece el mismo respeto que cualquier otro fenómeno, idea, colectivo, persona, situación, etc., siempre y cuando no se inmiscuya en la vida de los demás seres.

Y el problema es que siempre se ha entrometido.

En una de sus más bellas canciones, John Lennon, nos decía:

Imagine there´s no countries
It isn´t hard to do.
Nothing to kill or die for
And no religion too.
Imagine all the people
Living life in peace…


La utopía de John puede ser una realidad a nivel personal. Un ateo puede ser un individuo feliz, ético, responsable, equilibrado, independiente y mentalmente sano.

Muchos de los más grandes sabios de la humanidad eran y son ateos.

No creen en dioses sobrenaturales que exigen sacrificios, perdonan culpas, hacen milagros, aceptan plegarias y, en último término, nos absuelven o nos condenan, con las elucubrantes fantasías del cielo o del infierno.

Los ateos no hacen proselitismo, piensan de forma independiente y no se ajustan a los convencionalismos al uso. Quizás por ello no alcanzan masa crítica como para constituir un grupo de presión.

Tampoco les importa demasiado.

Asumen la lucidez de Robert M. Pirsig cuando destaca la paradoja de que “la gente llama “iluso” a una persona que sufre “ilusiones” y sin embargo describe como “religión” las “ilusiones” que comparten millones de personas”.

No hace falta recordar que la “ilusión” (en su primera acepción) es una falsa representación de la realidad, provocada en la mente por la imaginación o por una interpretación errónea de los datos que aportan los sentidos.

Si hacemos un esfuerzo para obviar la parafernalia kitsch de la mayoría de las religiones, como mucho nos puede quedar su valor “instrumental” en ciertas condiciones para ciertas personas, con fines terapéuticos a corto plazo.

Por favor, déjennos en paz.

Se lo pide un ateo.
Alf Duran Corner

 

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