LA PUNTILLA
Focus: Política
Fecha: 13/07/2010
El
Tribunal Constitucional español, que ya alardeó públicamente de su aceitosa afición a los toros, ha puesto metafóricamente la puntilla al invento de una
España única e indivisible, que siempre ha fracasado como proyecto común.
El matrimonio de una reina de la corona de
Castilla con un rey de la corona de
Aragón, a finales del siglo XV, pretendió crear una comunidad de intereses, aunque mantuvo las leyes y costumbres de los países más antiguos (como
Catalunya) para evitar males mayores.
La dinastía de los
Austrias y en especial alguno de sus más destacados validos (como el conde duque de
Olivares) hizo lo imposible para unificar realidades sociales discrepantes, sin que el éxito les acompañara. La Gran
Castilla continuó viviendo de las rentas de sus colonias, mientras la periferia, en particular la mediterránea, cultivó una cultura
calvinista, en la que se premiaba el mérito y el esfuerzo.
Con la derrota de los
países catalanes en el siglo XVIII, los
Borbones hicieron tabla rasa e impusieron por la fuerza la castellanización en todo el territorio, no sólo en la lengua sino en la forma de concebir el proyecto de
España. Cuando a
Castilla se le acabaron las colonias, acudió a las fuentes directas de los territorios ocupados, con especial dedicación a las que generaban los catalanes.
El
Siglo de las Luces (el XVIII), que estableció a partir de 1789 los fundamentos del moderno Estado-Nación, no interesó a la
España decadente, que siguió anclada en el antiguo régimen, con la fuerza de la aristocracia, el caciquismo y el integrismo católico.
La
Revolución Industrial se circunscribió de nuevo a la zona ocupada (
Catalunya y Valencia) y más tardíamente a
Euzkadi. En la gran
Castilla se vivió básicamente, y se continúa viviendo, de la intermediación y del privilegio en la explotación de monopolios.
El siglo XX supuso el fracaso de las utopías revolucionarias y el triunfo, una vez más, de los unitarios frente a los pluralistas. La
Guerra Civil Española, fue además una guerra contra
Catalunya y lo que ésta representaba. Luego vino una democracia de mínimos y la farsa de un Estado autonómico artificial, en el que se mezclaban países con historia y personalidad propia (como
Catalunya y Euzkadi) con regiones de dominio castellano, como la
Rioja,
Extremadura o
Andalucía. El “café para todos” y sus derivados son fruto de la ignorancia y de la mala fe.
Un fenómeno exógeno incidió sobre el modelo oficial de
España: la
globalización. La libertad en el movimiento de mercancías, dinero y personas hizo obsoletas las instituciones nacionales. La
Comisión Europea, el
Parlamento Europeo, el
Banco Central Europeo, el
Tribunal de Estrasburgo son entidades supranacionales que van arrinconando el papel de los Estados-Nación. El caso de
España es todavía más grave, pues nunca ha gozado de un modelo moderno y consolidado de Estado-Nación. El futuro de la
Unión Europea es el de una confederación de países, no de estados. Y entre esos países pueden estar
Inglaterra, Escocia, Castilla, Euzkadi, Catalunya, Flandes, Valonia, etc.
Los países del futuro son países ligeros, descargados de toda la rigidez estructural del antiguo régimen. Muchos de estos cuerpos de funcionarios del Estado-Nación se están quedando sin trabajo. Pronto serán jubilados de oro.
En otras épocas los unitarios acudían al ejército (para salvaguardar la unidad de la patria), pero ahora no se mueve un soldado sin permiso de la
Otan. Otra consecuencia de la
globalización.
Con la sentencia sobre el
Estatut, el
Tribunal Constitucional Español ha puesto la puntilla al invento de una
España integrada, que si antaño fracasó, ahora se halla fuera de lugar.
Cuando les haya pasado el subidón de la “roja”, tendrán que apechugar con ello.
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