PATRIMONIO NACIONAL

Focus: Sociedad
Fecha: 10/09/2010

Tras la votación en el Parlament de Catalunya, en la que una ligera mayoría votó a favor de prohibir las corridas de toros en la nación, se ha destapado la caja de los truenos para reivindicar la “fiesta nacional”, en la que el españolismo más casposo se ha hermanado con los “intelectuales progresistas”, a los que gusta saborear el simbolismo de la muerte y otras abstracciones no menos aberrantes, con una interpretación sesgada, a caballo entre el surrealismo y el psicoanálisis.

Al toro se le tortura desde el inicio. Antes de la corrida, se le afeitan en vivo las astas (entre cinco y quince centímetros) para que pierda conciencia de la extensión de sus cuernos. Luego se le pone vaselina y azul de genciana en los ojos para dificultar su visión. Si se tercia, se le suministran fármacos que afectan a su sistema locomotor.

Ya en la plaza, sigue la fiesta. Los picadores le clavan el hierro de sus picas en el morrillo y otras zonas, cortando y destrozando tendones, ligamentos y músculos de la nuca, así como las arterias intercostales que llegan de la aorta. La hemorragia interna se desborda. Llega el turno de los banderilleros, que clavan sus arpones quebrando la cerviz. Y por fin el torero, que clava una espada en la testuz del animal. Por último, el puntillero remata la “faena” con un “descabello” que le secciona el cerebro.

¡Qué bonita es la “fiesta nacional”!

La señora Aguirre (es un decir) y el señor Camps (ni eso) han reivindicado la fiesta como patrimonio cultural español. Tienen razón. En términos antropológicos, la argamasa de la cultura española es violenta, con su “santa” Inquisición y su repertorio de atrocidades, su conquista de América (que no descubrimiento), en la que arrasó con vidas humanas y expolió sus riquezas, con la Contrarreforma, que intentó anular a sangre y fuego toda discrepancia intelectual.

En la historia de todas las naciones hay etapas regresivas, etapas de las que mejor olvidarse. La diferencia es que en España bastante gente se siente orgullosa de ellas. Hay que ser muy cretino (en la definición psiquiátrica del término) para alardear de estas vergüenzas.

El filósofo Ramón Alcoberro señala contundente: “El defensor del toreo es incapaz de comprender la implicación de regla moral que nos pide ponernos en el lugar del otro. Si no puedo entender el dolor del otro (sea humano o no-humano) y ponerme en su lugar no puedo juzgar el acto moral. La moralidad exige un punto de empatía. Cosa que el sádico no puede lograr”.

A mí, todo en “la fiesta” me repugna. Por eso mi mensaje para todas las “peinetas” (se llamen Rajoy o Blanco, o cualquiera de sus adláteres), para los miembros del PSC-PSOE que votaron a favor de las corridas (tras ser fagocitados por la “corte”), para los defensores de la “libertad” tout court (que no saben que ésta no vale si no conjuga con la igualdad y la fraternidad), para los nostálgicos del franquismo puro y duro, para los tibios que no se comprometen por nada ni por nadie, en definitiva, para toda esta basura, mi mensaje, tomado de mi admirado Boris Vian, es muy simple: Escupiré sobre vuestra tumba.

Alf Duran Corner

 

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