QUE SIGA LA FIESTA

Focus: Política
Fecha: 22/05/2009

Los políticos tienen vida pública, pero también, como todo el mundo, vida privada. Muchos de ellos mantienen con discreción esta última, a pesar de los empellones de la prensa amarilla. Unos pocos, por el contrario, hacen lo imposible para que su vida privada sea pública. Se han equivocado de profesión. Su vocación es la farándula.

Destaca en este último ranking el señor Berlusconi, presidente del gobierno italiano, que parece no haber olvidado sus años de juventud, en los que encontró un hueco para entretener al pasaje en los cruceros de lujo que surcaban el Mediterráneo.

En su calidad de presidente del gobierno, goza de todos los privilegios de la notoriedad en los medios públicos, y dado que como empresario (la segunda fortuna de Italia) controla la mayoría de los medios informativos privados, tiene aseguradas las primeras páginas y los mejores programas de radio y televisión.

Es un hombre hiperactivo, como su colega señor Sarkozy, aunque a diferencia de este último, le gusta más hablar que hacer. Su locuacidad es extraordinaria.

Por eso recomienda a los supervivientes del último terremoto en el Abruzzo, que piensen que han pasado un fin de semana en el camping, para añadir luego que si compran en Ikea podrán amueblar sus nuevas viviendas a buen precio. Por eso nombra ministras a antiguas starlettes o presenta como candidatas de su partido al parlamento europeo a jóvenes modelos.

A muchos de sus votantes les encanta esta forma de actuar. Si ellos estuvieran en su lugar, harían lo mismo. Y aquí está el meollo de la cuestión. Lo mismo sucedía con el señor Aznar López y con el señor Pujol.

Este tipo de comportamiento, que explica el éxito de unos y el fracaso de otros, se llama mecanismo de identificación / proyección. A través de él, los ciudadanos votan por aquel político con el que se identifican y en el que se proyectan. Proyectarse es situarse mentalmente en el lugar del otro, un lugar inaccesible para la mayoría de ellos.

A los votantes del señor Berlusconi les encantaría que una rubia y joven mujer les llamara “papi”, y se sentirían tan satisfechos como su jefe si tuvieran fama de ligones. A los votantes del señor Aznar López les gustaría estirar las piernas sobre la mesa y fumarse un puro en el rancho del presidente Bush y luego hacer una boda real para su hija en el Escorial. A los votantes del señor Pujol les bastaría con recorrer cada fin de semana pueblos y ciudades para tejer complicidades y vender catalanidad.

Lo del señor Berlusconi es anécdota. El voto no. El voto explica la radiografía de un país.
Alf Duran Corner

 

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