SOLEMNIZAR LA OBVIEDAD

Focus: Política
Fecha: 23/09/2016

Paco Fernández Ordóñez, un político inteligente y camaleónico de los primeros años del posfranquismo, nos dejó un par de leyes reformistas (la ley del divorcio y la ley tributaria) y alguna frase ingeniosa. Entre estas últimas destaca una que se ha hecho famosa: no hay nada más ridículo que solemnizar la obviedad. Otra versión es más directa: “Algunos políticos solemnizan la obviedad”.

Él, que había hecho de la política una profesión bien remunerada desde el inicio de su carrera en plena dictadura (llegó a presidente del INI en vida de Franco), se refería a sus colegas con cierto desprecio por el barroquismo de sus formas, tan propio del “ectoplasma” que pulula en la villa y corte.

Fijémonos por un momento en las declaraciones periódicas de la señora Sáenz de Santamaría, del tono de su voz, del movimiento de sus labios, de su pretendida mirada “asesina”, de su sonrisa malévola. No importa lo que diga (el discurso es monocorde), sino cómo lo dice y desde donde lo hace.

La señora Sáenz de Santamaría sigue la tradición con especial esmero, aunque le están saliendo competidores notables. Y no nos referimos al señor Rajoy, que hace ya muchos años fue descatalogado, aunque pueda seguir ejerciendo de mandamás de la derecha histórica. Preferimos quedarnos con dos de sus homólogos, en ese sainete que constituye el interminable relato del gobierno del Estado.

Empezaremos por el señor Sánchez, el hombre de las camisas blancas, que se pone muy serio cuando se encuentra frente a un micrófono o unas cámaras, y cita frases de esas que cualquier vecino puede encontrar en un calendario de mesa. Si uno revisa un poco las hemerotecas verá que se repite, quizás porque las ha memorizado previamente. Son frases huecas que sirven para todo; o sea, que no sirven para nada. Como probablemente alguno de sus asesores (de un nivel intelectual similar) le ha susurrado un cambio de enfoque, y él se ve incapaz de hallar una alternativa a su discurso, acaba por insistir en ese rictus de drama griego. Drama, eso sí, de teatro amateur de provincias en pleno verano.

El otro personaje sainetesco es el señor Rivera, que dirige a un grupo de ciudadanos, muchos rebotados de otros partidos políticos, que ven la oportunidad de hallar por fin un hueco en su carrera personal. Como el señor Rivera es nuevo en estas lides y no tiene referentes históricos (como sí los tienen la señora Sáenz de Santamaría y el señor Sánchez), se siente más libre para decir lo que le dé la gana. Ha encontrado un filón en el tema de la “corrupción” y lo explota hasta el límite, con el riesgo de que un día le explote también a él, por aquello de que “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”.

El señor Rivera manda a sus chicos y chicas para que ocupen las trincheras de acceso al poder, sin importarle lo más mínimo las propuestas ideológicas de sus interlocutores. Su ventaja es que como él no tiene ningún proyecto político que vender, cualquiera le resulta adecuado si puede sacar tajada. No lo sabe, pero ahí empieza el “camino a la perdición”.

El señor Rivera no tiene el rictus amargo del señor Sánchez. Su problema es que se está tomando a sí mismo demasiado en serio. Hace declaraciones grandielocuentes como si fuera “un hombre de Estado”, sin percatarse de que éste es un Estado “de la señorita Pepis”.

La señora Sáenz de Santamaría, el señor Sánchez y el señor Rivera son unos políticos ridículos que solemnizan la obviedad. No paran de reunirse, firmar amplios documentos, hacerse fotografías, airear banderas, autocalificarse de “constitucionalistas” y declarar abusivamente que lo hacen todo “por los españoles”. Mucho ruido y pocas nueces.

Un país de pena.

 

 

Notas:

(1) La lucidez de Antonio Machado en una cita que no ha perdido actualidad.

(2) En lectura seleccionada, tenemos un texto festivo del gran pensador italiano.

(3) En mi biblioteca, un libro necesario para comprender un proyecto económico lleno de trampas.

(4) En de otras webs, Luis González Segura nos cuenta las andanzas de los señores González y Cebrián, antiguos “progres” reconvertidos.

Alf Duran Corner

 

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