THE "THING"

Focus: Sociedad
Fecha: 06/09/2013

Así denominaban en Wall Street, en los setenta del siglo pasado, a un complejo financiero que había fundado Charles E. Merill en 1914 y al que luego se asoció su amigo Edmund C. Lynch, y más tarde Pierce, Fennner y Smith. Eran demasiados socios y su gama de servicios llegó a ser tan amplia, que acabó siendo codificada como “la cosa” (The Thing). En su época gloriosa contaba con 60.000 empleados, de los que 15.000 se dedicaban exclusivamente a asesorar financieramente a sus clientes. La crisis sistémica los barrió del mercado, por su contumaz liderazgo en productos tóxicos (en especial los CDO’s), pasando más tarde a ser absorbida por Bank of America, con la ayuda del contribuyente norteamericano. Poco antes de cerrar el proceso de absorción, el Consejo de Administración aprobó el pago de unos bonos a sus directivos por un importe de 3.600 millones de dólares. Fue una prueba más de esa mezcla de cinismo y codicia sin límites que caracteriza al clan bancario-financiero.

En el Estado Español no tenemos “The Thing”, pero tenemos un sucedáneo que es “la Caixa”. La Caixa nació en 1904 como Caja de Pensiones para la Vejez y de Ahorros de Cataluña y Baleares para estimular el ahorro entre las clases populares, ofrecerles pequeños créditos y asegurarles una vejez digna. Fue una decisión de la burguesía catalana de la época que trataba de conciliar sus creencias religiosas con su reconocido pragmatismo empresarial. En 1902 y tras el fracaso colonial español, la clase obrera y menestral llegó a los mínimos. Fue entonces cuando Francesc Moragas lideró un proyecto antiusura que tenía por objeto ayudar a los más desheredados.

La Caixa creció gradualmente hasta la guerra civil y se ganó el respeto de millones de clientes de todas las clases sociales, como símbolo de prudencia, solvencia, innovación social y catalanidad. En 1939, el régimen franquista colocó al frente de la entidad a un reconocido fascista (Enrique Luño Peña) en calidad de comisario político, que, en primer lugar, se dedicó a “hacer limpieza” (en el sentido genuino del término) de los desafectos y luego utilizó los ahorros de los catalanes para financiar las necesidades del gobierno mediante la compra de papel del Estado. Fue una inversión “manu militari”. Hasta 1976 (muerto Franco), la Caixa fue una institución aburrida pero segura para sus empleados, que acabó siendo refugio de muchas personas con espíritu de funcionario. Lo que contaba eran las “pagas dobles” y poca cosa más.

La supuesta “democracia” (así nos vendieron la moto) produjo algunos cambios superficiales. En la Caixa se visualizó con la incorporación de un nuevo director general (Josep Vilarasau), que había ocupado cargos de responsabilidad económica en las estructuras del Estado franquista y que años más tarde declaró sin ambages que “el no notaba que hubiera una dictadura…. Que él no era militante del franquismo, pero que ni le asfixiaba ni le dejaba de asfixiar”. Como presidente no ejecutivo se mantuvo hasta 1980 Narciso de Carreras, estrecho colaborador del régimen franquista en diversas instituciones y padre del prolífico colaborador de “La Vanguardia”, fundador del “Foro Babel” y de “Ciudadanos”, Francesc de Carreras, un tipo en la frontera de lo patológico que declaró recientemente: “Queremos una Cataluña unida a España, porque una Cataluña independiente sería algo como Sicilia, un lugar donde hay vendetta, corrupción y gansterismo”.

Vilarasau, un personaje duro, aprovechó la buena tesorería de la entidad para obtener altos rendimientos en el “mercado interbancario” y continuar su política de expansión como “banca de familia”. En 1989 se produjo una fusión por absorción con la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Barcelona (fundada en 1844) y denominada “la caja de los marqueses”, que había sufrido un importante deterioro. Luego se inició la expansión fuera del territorio catalán y empezaron a invertir en valores del Ibex (la mayoría en empresas privatizadas dependientes del BOE - servicios públicos regulados y tarifas sujetas a aprobación gubernamental -, como Telefónica, Repsol, Aguas de Barcelona, Gas Natural, etc.). Vilarasau tenía un cierto rechazo por la llamada “banca de empresa” y nunca se planteó seriamente actuar como partner de proyectos empresariales catalanes y cuando lo hizo (Panrico, Caprabo) no puso ningún interés en su continuidad.

Durante la mal llamada “transición” y como las cajas no eran de nadie (no había accionistas), se llenaron de “ocupas”. En la mayoría, este espacio fue tomado por los políticos de los distintos partidos, que las llevaron a la ruina. Hay que reconocer que Vilarasau, hasta cierto punto, no permitió esta invasión, pero, como buen autócrata, montó su propia corte. Contrató a quien le convino, cuando y como. Así aparecieron Fornesa (su compañero de pupitre en La Salle Bonanova) y luego Fainé, Brufau, etc. El resto de órganos de consejo o control eran y son figuras decorativas, la mayoría nombradas a dedo.

Vilarasau jugó muy fuerte, pues quería perpetuarse y privatizar la entidad, y al final fue jubilado a su pesar, bajo la presión del ministro Rodrigo Rato y del conseller Artur Mas. Le sucedió Ricardo Fornesa y en 1999 tomó las riendas Isidro Fainé, bajo la presidencia honorífica del falangista Juan Antonio Samaranch. En el 2007 Fainé ocupó la presidencia ejecutiva y Juan María Nin la dirección general. Todo atado y bien atado.

La redefinición del sector financiero obligó a un cambio de formatos. Se creó CaixaBank (entidad bancaria), cuyo accionista mayoritario y absolutamente dominante es la Caixa (o sea, un ente abstracto). Se adquirieron otras entidades (Banca Cívica, Banco de Valencia, etc.) y se prosiguió en el proceso de expansión y racionalización.

En cuanto a los valores originales, nunca más se supo. Manel García Bel, con largos años de empleado en la Caixa y miembro de la confederal de CC.OO., lo ha dicho claramente: “Se ha suprimido la autonomía de las oficinas, se va a la colocación de productos por encima del cliente, se prima más al “dinero nuevo” que al cliente tradicional, se renuevan prácticas de las que se había huido desde el affaire de las primas únicas, y se vuelve a colocar al cliente tradicional, que no es especialista financiero, productos de alto riesgo como acciones de CaixaBank, bonos convertibles en acciones o la reconversión de las participaciones preferentes”.

Y en la actualidad el señor Fainé y su equipo se permiten “avisar” al presidente del Barça señor Rosell para que no autorice la celebración de un segundo “Concert per la Llibertat” en el Camp Nou, ya que podría molestar a algunos de “sus” clientes y amigos (¿De él o de la Caixa?). En paralelo destinan recursos a la potenciación de la “marca España” (con esa grasosa mezcla de sangría, toros y castañuelas) y a patrocinar la selección española de baloncesto, en cuya campaña se lanzan eslogans como “ser español no es una excusa, es una responsabilidad” y otras memeces de parecida índole.

Claro que el señor Fainé, en su calidad de miembro activo del Opus Dei, ya había demostrado sus preferencias en aquellas nostálgicas reuniones con padres y exalumnos del colegio Vilaró de Sant Cugat (propiedad de la Obra), en las que coincidía con su colega Juan María Nin y con Julio Ariza, propietario del grupo Intereconomía. Será por esto que los problemas de financiación de este grupo españolista de extrema derecha han sido en parte cubiertos con los créditos de La Caixa, créditos nutridos en gran medida gracias a los ahorros de los catalanes. Los mismos ahorros que sirvieron en su momento para conceder un macrocrédito al señor Urdangarín y a su esposa (que por méritos desconocidos ocupa un cargo directivo en la Obra Social de la entidad) para financiar la compra de una sobredimensionada torre en el selecto barrio de Pedralbes. Esto se llama plutocracia.

Hablábamos al principio de cinismo y codicia en “The Thing”. Hagamos un transfer y situémonos en nuestro contexto. ¿Es ésta la Caixa que queremos? ¿Quién controla de verdad el paquete mayoritario de CaixaBank y con qué derecho? ¿Qué puede hacer la sociedad civil que todavía mantiene sus ahorros en la Caixa? ¿A quiénes reportan su presidente y su director general, además de a Dios y a la Historia? ¿Cuánto cobran los principales ejecutivos por ser miembros de los consejos de las sociedades en las que la Caixa tiene paquetes de acciones? ¿Con que criterio y por qué se condonan las deudas de determinados partidos políticos? ¿Quién establece la política de remuneración del equipo directivo?

Demasiados porqués sin respuesta. El silencio de la Generalitat es más propio de un cómplice que de un gobierno responsable.

Alf Duran Corner

 

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