UNA MUERTE ANUNCIADA

Focus: Política
Fecha: 16/06/2006

Abu Musab Al-Zarqawi, supuesto líder de Al-Qaeda en Irak, fue muerto tras un ataque del ejército norteamericano sobre una zona en la que había sido detectado.

El hecho ha sido celebrado de forma entusiasta, muy hollywoodense, por el gobierno de Estados Unidos, sus jefes militares, los países aliados y la corte de informadores que viven de este tipo de acontecimientos.

La figura de Al-Zarqawi había sido fabricada por los servicios de propaganda del gobierno Bush, convirtiéndola en el símbolo de la resistencia contra la “democratización” de Irak. Se pagaban 25 millones de dólares por su captura, como si se tratara de Billy El Niño. Con el esquema simplificador a que nos tienen habituados, podríamos colegir que “muerto el perro, muerta la rabia”.

Pero lo más probable, muy a nuestro pesar, es que la situación en Irak continúe deteriorándose. La muerte de Al-Zarqawi es un episodio irrelevante.

Abu Musab había nacido en Jordania y era un personaje poco conocido hasta que el 5 de febrero del año 2.003, el Secretario de Estado Colin Powell lo transformó en una estrella mediática. Aquel día, en su alocución en el foro de las Naciones Unidas, Powell identificó a este terrorista como el nexo de unión entre Al-Qaeda y Sadam Hussein.

Mari Anne Weaver ha escrito con sorna en “The Atlantic Monthly” que el primer sorprendido sobre su importancia estratégica debía ser él mismo.

Toda aquella historia del vínculo Hussein – Al-Qaeda resultó falsa, pero Al-Zarqawi se la tomó muy a pecho. Tanto que en noviembre del mismo año dirigió un triple atentado en una zona hotelera de Amman.

Al-Zarqawi, como tantos jordanos jóvenes, fue como voluntario a Afghanistán en 1989, a la edad de 23 años, tras una adolescencia conflictiva en un barrio marginal de Zarqa. Allí conoció a su mentor Al-Maqdisi y luchó, con el soporte logístico de la CIA, contra el ejército soviético.

En 1993, convertido al salafismo, regresa a Jordania y empieza a organizar una pequeña unidad para luchar contra la monarquía jordana. Al-Maqdisi es el ideólogo y Al-Zarqawi el hombre de acción. Todo es muy rudimentario y acaban siendo detenidos por la policía. En 1.994 es sentenciado a quince años de cárcel.

Está en prisión del 94 al 99, al ser amnistiado tras la muerte del rey Hussein. En la cárcel se pone de manifiesto su capacidad para dirigir a los internos con mano de hierro, al estilo del más puro gansterismo. Ese mismo año regresa a Afghanistán y organiza un campo de entrenamiento militar en Herat, para llevar la revolución a cualquier parte del mundo. El soberbio Al-Zarqawi rehúsa acudir a Kandahar para jurar lealtad a Bin Laden.

En octubre del 2.001, cuando los americanos invaden Afghanistán, el grupo de Al-Zarqawi lucha junto a los talibanes, pero pronto se desplazan a Irán. Allí encuentran refugio y ayuda. En el verano del 2.003, tras la intervención de Estados Unidos en Irak, se mueven hacia la zona sunita de este país.

A pesar de que se estima que sólo un diez por ciento de los atentados en Irak fueron causados por su organización, Al-Zarqawi alcanzó gran notoriedad por la magnitud y contundencia de sus actos.

Al-Zarqawi era un engreído que en octubre del 2.004 juró, por fin , lealtad a Osama Bin Laden, a cambio de obtener la franquicia de Al-Qaeda en Irak, lo que le permitió autoproclamarse “el emir de las operaciones de Al-Qaeda en el territorio de Mesopotamia”. El pacto era de carácter táctico y no tenía mayor trascendencia. Entre el rico, aristocrático e influyente Bin Laden, formado en las mejores universidades, y el rudo, pobre y casi analfabeto Al-Zarqawi, cuyo mejor puesto de trabajo fue de empleado en un videoclub, había demasiada distancia social.

Además su odio a los chiítas, sus indiscriminados atentados, su placer por el espectáculo, no favorecían la imagen de la resistencia. Valía más muerto que vivo. Convenía que desapareciera.

Tras la liquidación de Al-Zarqawi no queda ninguna marca, ningún concepto, ning
Alf Duran Corner

 

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