Al abordar la reflexión moral, aparece un problema importante...

Al abordar la reflexión moral, aparece un problema importante: muchos piensan que la moral sólo es cuestión de opinión, de gusto; puesto que hay opiniones y gustos de muchos tipos, algunos concluyen que, en moral, “vale todo”, que nunca podremos saber quién tiene razón; están aceptando, pues, el relativismo. De entrada diré que, si antes he rechazado el dogmatismo injustificado de la ley moral natural, ahora rechazo la frivolidad relativista: alejarse del monolitismo o del dogmatismo moral no significa que haya que arrojarse, necesariamente, en brazos del relativismo.

Se equivocan quienes piensan que la moral sólo es cuestión de opinión. En primer lugar, porque aceptan, erróneamente, que las opiniones y los gustos siempre son caprichosos e irracionales. Y, en segundo lugar, porque, al decir que la moral no tiene certezas y sólo tiene opiniones, parecen aceptar, también erróneamente, que la moral debe conformarse con menos que la ciencia, por ejemplo. Pero la moral no se conforma con menos, sino que tiene otro proyecto. Ciertamente, es bastante desafortunado tomar el saber científico como modelo para cualquier otra forma de conocimiento. La moral no es un saber de segundo orden, una especie de saber disminuido, frágil y poco fiable. Creo que entenderemos más fácilmente la diferencia entre moral y saber científico si cambiamos radicalmente de registro y subrayamos expresamente que la moral no es un saber. Porque la moral –a diferencia de las ciencias- no pretende conocer la naturaleza y el funcionamiento de objetos y fenómenos, sino que quiere dar sentido y valor a las acciones humanas. Esto, claro está, no la hace menos interesante o menos segura que la ciencia; sólo la hace menos controlable y menos predecible. En moral, lo importante no es la verdad sino el bien, no el saber sino la sabiduría, no los conocimientos sino el conocimiento.

 

Fuente: Atrévete a pensar. Josep-Maria Terricabras. Ediciones Paidós Ibérica.Barcelona.1999.

 

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