Antaño la gente creía que la Tierra era el centro del universo y que era plana, estaba inmóvil y el Sol giraba a su alrededor...

Antaño la gente creía que la Tierra era el centro del universo y que era plana, estaba inmóvil y el Sol giraba a su alrededor. Ahora sabemos que el Sol es una estrella, una de los doscientos millones de estrellas que hay solo en la galaxia de la Vía Láctea. La mayoría de ellas presentan planetas en su servidumbre gravitatoria, y muchos de ellos casi con toda seguridad se parecen a la Tierra. ¿Albergan también vida los planetas parecidos a la Tierra? Probablemente, en mi opinión, y gracias al método científico, dotado de una óptica y de unos análisis espectroscópicos mejorados, lo sabremos en poco tiempo.

Antaño se creía que la raza humana había surgido completamente desarrollada en su forma presente como un acontecimiento sobrenatural. Ahora sabemos, de manera totalmente distinta, que nuestra especie desciende, a lo largo de seis millones de años, de simios africanos que fueron también los antepasados de los chimpancés actuales.

Tal como Freud observó una vez, Copérnico demostró que la Tierra no se encuentra en el centro del universo, Darwin que nosotros no somos el centro de la vida, y él, Freud, que ni siquiera controlamos nuestra propia mente. Desde luego, el gran psicoanalista ha de compartir el crédito con Darwin, entre otros, pero es correcta la observación de que la mente consciente es solo una parte del proceso de pensar.

En su conjunto, mediante la ciencia hemos empezado a dar respuesta, de una manera más consistente y convincente, a dos de las grandes y sencillas preguntas de la religión y la filosofía: ¿de dónde venimos?, y ¿qué somos? Desde luego, la religión organizada afirma haber dado respuesta a estas preguntas ya hace mucho tiempo, utilizando los relatos sobrenaturales de la creación. Y entonces puedes preguntarte: ¿puede un creyente religioso que acepta uno de estos relatos hacer todavía buena ciencia? Naturalmente que puede. Pero se verá obligado a dividir su visión del mundo en dos ámbitos, uno secular y el otro sobrenatural, y permanecer dentro del ámbito secular mientras trabaja. No será difícil para él encontrar proyectos de investigación científica que no tengan una relación inmediata con la teología. No pretendo que esta sugerencia sea cínica, ni implica un cierre de la mente científica.

 

Fuente: Cartas a un joven científico. Edward O.Wilson. Penguin Random House, Grupo Editorial. Barcelona.2014.

 

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