Bergson, acordémonos, veía en la evolución la expresión de una fuerza creadora, <i> absoluta </i> ...

Bergson, acordémonos, veía en la evolución la expresión de una fuerza creadora, absoluta en el sentido de que no la suponía orientada a otro fin que la creación en y para sí misma. En esto difiere radicalmente de los animistas (trátese de Engels, de Teilhard o de los positivistas optimistas como Spencer), que ven en la evolución el majestuoso desarrollo de un programa inscrito en la misma trama del Universo. Para ellos, en consecuencia, la evolución no es verdaderamente creación, sino únicamente “revelación” de las intenciones, hasta entonces inexpresadas, de la naturaleza. De aquí la tendencia a ver en el desarrollo embrionario una emergencia del mismo orden que la emergencia evolutiva. Según la teoría moderna, la noción de “revelación” se aplica al desarrollo epigenético, pero no, desde luego, a la emergencia evolutiva que, gracias precisamente al hecho de que su fuente está en lo imprevisible esencial, es creadora de novedad absoluta . Esta convergencia aparente entre las vías de la metafísica bergsoniana y las de la ciencia, ¿será también el efecto de una pura coincidencia? Quizá no: Bergson, como artista y poeta que era, muy bien informado además de las ciencias naturales de su tiempo, no podía dejar de ser sensible a la deslumbrante riqueza de la biosfera, a la variedad prodigiosa de las formas y de los comportamientos que en ella se despliegan, y que parecen testimoniar casi directamente, en efecto, una prodigalidad creadora inagotable, libre de toda limitación.

Pero allí donde Bergson veía la prueba más manifiesta de que el “principio de la vida” es la misma evolución, la biología moderna reconoce, al contrario, que todas las propiedades de los seres vivos reposan sobre un mecanismo fundamental de conservación molecular . Para la teoría moderna, la evolución no es de ningún modo una propiedad de los seres vivos, ya que tiene su raíz en las imperfecciones mismas del mecanismo conservador que, él sí, constituye su único privilegio. Es preciso pues decir que la misma fuente de perturbaciones, de ruido que, en un sistema no vivo, es decir no replicativo, aboliría poco a poco toda estructura, está en el origen de la evolución en la biosfera, y demuestra su total libertad creadora, gracias a este conservatorio del azar, sordo al ruido tanto como a la música: la estructura replicativa del ADN.

 

Fuente: El azar y la necesidad. Jacques Monod. Tusquets Editores. Barcelona. 1993.

 

« volver