Cabe salvar la razón sin necesidad de invocar, como un <i> deus ex máchina, </i> tal o cual forma de la afirmación del carácter trascendental de la razón....

Cabe salvar la razón sin necesidad de invocar, como un deus ex máchina, tal o cual forma de la afirmación del carácter trascendental de la razón. Y eso al describir la emergencia progresiva de universos en los que para tener razón hay que hacer valer unas razones y unas demostraciones reconocidas como consecuentes, y donde la lógica de las correlaciones de fuerza y de las luchas de intereses está regulada de manera que la “fuerza del mejor argumento” (de la que habla Habermas) tiene unas posibilidades razonables de imponerse. Los campos científicos son universos en cuyo interior las correlaciones de fuerza simbólicas y las luchas de intereses que favorecen contribuyen a conferir su fuerza al argumento mejor (y en el interior de los cuales la teoría de Habermas es verdadera, con la salvedad de que no plantea la cuestión de las condiciones sociales de posibilidad de tales universos y de que inscribe esa posibilidad en unas propiedades universales del lenguaje a través de una forma falsamente historizada de kantismo).

Existen, por tanto, universos en los cuales se instaura un consenso social respecto a la verdad, pero que están sometidos a presiones sociales que favorecen el intercambio racional y que obedecen a unos mecanismos de universalización como los controles mutuos; en los cuales las leyes empíricas de funcionamiento que rigen las interacciones implican la puesta en práctica de controles lógicos; en los cuales las relaciones de fuerza simbólicas adoptan una forma tan absolutamente excepcional que, por una vez, aparece una fuerza intrínseca de la idea verdadera, que puede alimentarse de la fuerza en la lógica de la concurrencia; en los cuales las antinomias normales entre el interés y la razón, la fuerza y la verdad, etcétera, tienden a debilitarse o a abolirse. Y citaré aquí a Popper, quien, sin duda, con una intención y una lógica diferentes, sostiene, al igual que Polanyi, que la naturaleza social de la ciencia es responsable de su objetividad: “de manera bastante paradójica, la objetividad está estrechamente ligada al carácter social del método científico porque la ciencia y la objetividad científica no proceden (y no pueden proceder) de los intentos de un científico individual por ser “objetivo”, sino de la cooperación amistosamente hostil de numerosos científicos; la objetividad científica puede ser descrita como la intersubjetividad del método científico”.

 

Fuente: El oficio de científico. Pierre Bourdieu. Editorial Anagrama. Barcelona. 2003.

 

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