Cómo era Shakespeare en persona evidentemente no lo sabremos nunca...(Harold Bloom)

Cómo era Shakespeare en persona evidentemente no lo sabremos nunca. Podemos equivocarnos al creer que sabemos cómo eran Ben Jonson y Christopher Marlowe, y sin embargo  tenemos un claro sentimiento de sus personalidades. Con Shakespeare sabemos un número apreciable de cosas externas, pero realmente no sabemos absolutamente nada. Su deliberada falta de color puede haber sido una de sus muchas máscaras a favor de una autonomía y originalidad intelectuales tan vastas que no sólo sus contemporáneos, sino también sus precursores y sus seguidores han quedado considerablemente eclipsados por comparación. Es difícil subrayar demasiado la libertad interior de Shakespeare; cubre las convenciones de su época, y las del teatro igualmente. Creo que tenemos que ir en el reconocimiento de esa independencia más allá de lo que hemos ido nunca. Puede uno demostrar que Dante o Milton o Proust fueron perfectos productos de la civilización occidental, tal como había llegado a ellos, de tal modo que fueron a la vez cumbres y epítomes de la cultura europea en tiempos y lugares particulares. Una demostración tal no es posible para Shakespeare, y no por ninguna supuesta “trascendencia literaria”. En Shakespeare, hay siempre un residuo, un exceso que siempre queda, por soberbia que sea la representación, por agudo que sea el análisis crítico, por masiva que sea la relación erudita, ya sea al viejo estilo o a la moda reciente. Explicar a Shakespeare es un ejercicio infinito; queda uno exhausto mucho antes de haber vaciado las obras. Alegorizar o ironizar a Shakespeare privilegiando la antropología cultural o la historia del teatro la religión o el psicoanálisis o la política o a Foucault o a Marx o al feminismo sólo funciona en formas limitadas. Si se es astuto, se pueden alcanzar vislumbres de Shakespeare desde la particular manía de cada cual, pero es bastante menos probable que alcance uno una vislumbre freudiana o marxista o feminista de Shakespeare. Su universalidad nos derrotará; sus obras saben más que uno, y nuestro entendimiento estará por consiguiente en peligro de resolverse en ignorancia.

 

Fuente: Shakespeare. La invención de lo humano. Harold Bloom. Editorial Anagrama. Barcelona. 2002.

 

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