De otra parte, la lógica económica de las anteriores ecuaciones muestra una simplicidad no correspondida...

De otra parte, la lógica económica de las anteriores ecuaciones muestra una simplicidad no correspondida con la complejidad que encierran términos como consumo, inversión o ahorro, complejidad que desborda cualquier posible definición e, incluso, atinada descripción, como el mismo Keynes tuvo ocasión de experimentar cuando hizo por el empeño; pero tampoco es caso de allegar inconvenientes mayores trayendo a colación los juicios de Wittgenstein sobre la vaguedad del lenguaje, puesto que la vaguedad se encuentra comprendida en los términos económicos como características lógicas de los mismos. Al intentar, por ejemplo, definir el consumo se tropezará de inmediato con las dificultades: ¿qué bienes han de contemplarse, qué grado de heterogeneidad se fija, cuál será la unidad de medida?

Las dificultades son como señuelos que vienen a distraer la atención de lo que es significante en el consumo , lo que subyace como fundamento en una relación cuantitativa y cualitativa de bienes, cualesquiera que sea su unidad de medida, fundamento que no es otro que la multiplicación de la riqueza y la solución del problema económico. Sobre el consumo es suficiente saber que se materializa en un conjunto de bienes que satisfacen las necesidades humanas y hacen posible la propagación de la humanidad. Respecto de otros aspectos de su dependencia de la renta se cae en la obviedad, y su tendencia a crecer menos que proporcionalmente a como lo haga la renta cuenta a su favor la ley psico-fisiológica de Fechner: cuando se produce una situación placentera, el grado de satisfacción de esa situación se reduce en intensidad conforme aumentan las repeticiones. En términos Keynesianos, la propensión marginal al consumo es menor que la unidad.

Lo que hay más delante de esta posta en lo evidente es una nueva dimensión histórica de la sociedad y también otra hermenéutica; pero para esto hay que romper compromisos con la vieja y achacosa teoría clásica del ahorro, otrora espejo de premios y virtudes de una sociedad, contrapunto del sórdido mundo novelado por Dickens. De aquí surge aquel Mr. Micawber ahorrativo, frugal hasta que la virtud se convierte en vicio deleznable, un santo milagroso , diría Marx, que a golpes de sufriente abstinencia hace posible el crecimiento de la riqueza, lugar común que no admite muchas dudas, pues como dice Marshall en los Principios de Economía : “Todo el mundo sabe que la acumulación de riqueza se refrena y la tasa de interés se sostiene, debido a la preferencia que la mayor parte de la humanidad tiene por las satisfacciones presentes sobre las diferidas, o, en otras palabras, por su renuencia a esperar”.

 

Fuente: Keynes 20:09. Manuel Montalvo. Editorial Tecnos. Madrid. 2010.

 

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