Durante la mayor parte del siglo XIX, la división se producía entre el partido del cambio y el de la permanencia...(Eric Hobsbawm)

Durante la mayor parte del siglo XIX, la división se producía entre el partido del cambio y el de la permanencia, o, en términos más concretos, entre el partido del progreso y el partido del orden. La izquierda estaba de parte del cambio, favorable al progreso político y social. Y nosotros todavía hoy usamos esa terminología: la gente de izquierdas se sigue definiendo como  “progresista”.

Esta unidad de intención se vio gradualmente erosionada por los cambios en la estructura de clase de las sociedades. La vieja clase dirigente aristocrática fue sustituida, o complementada, por la nueva clase dirigente burguesa que no se oponía a cierto grado de cambios radicales. Pero durante el siglo XX, y de forma cada vez más clara en su segunda mitad, cambian los caracteres del conservadurismo, que deja de ser simplemente el partido del orden o de la permanencia y asume aspectos nuevos.

Conviven con ellos los restos del conservadurismo reacios a cualquier innovación y, por supuesto, mucho más a las que procedían de la Revolución francesa: la Iglesia católica romana es el mejor ejemplo, aunque cada vez nos topemos menos con reaccionarios de la ralea de los del siglo XIX, gentes que hubiesen querido dar marcha atrás al reloj de la historia. Ni siquiera el papa Woytila –me parece-  cree hoy que se pueda regresar al pasado.

A partir especialmente de los años setenta de este siglo, aparecen elementos muy novedosos en el conservadurismo que se manifiesta favorable a cambios sociales radicales. El neoliberalismo, en economía y en política, es un fenómeno de fines de este siglo. Caracteriza a personalidades genuinamente de derechas, se miren como se miren, como Thatcher o Reagan, y que al mismo tiempo propugnan innovaciones radicales, combinándolas con convicciones más tradicionales de la derecha: patriotismo, elitismo, etc.

Pero los últimos veinte, treinta años, son extraordinariamente importantes, tal vez los más importantes, para las fortunas de la izquierda. Aparece una nueva veta, de hecho conservadora, porque desea mantener el statu quo cuando no dar directamente marcha atrás al reloj. Tome el caso de los Verdes: en su conjunto se les debe considerar políticamente como un movimiento de la izquierda. Y, sin embargo, no hay duda de que esta corriente trata de detener los cambios económicos y tecnológicos o, por lo menos, controlarlos. Es decir, es un movimiento que trata de imponer una pausa al progreso. Nos encontramos, así, en la izquierda con una curiosa combinación, evidente en Alemania, de progresismo tradicional y de fuerzas que creen en nuevas prioridades, de hecho no “progresistas” en el sentido literal del término. Así pues, la diferencia tradicional entre la derecha y la izquierda, una partido del orden y de la permanencia, otra partido del cambio y del progreso, ya no se puede utilizar conceptualmente.

 

Fuente: Entrevista sobre el siglo XXI. Eric Hobsbawm. Editorial Crítica. Barcelona. 2000.

 

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