El cerebro es una máquina extraordinaria de producir pensamientos...

El cerebro es una máquina extraordinaria de producir pensamientos. Extraordinaria, pero muy difícil de detener. La producción de pensamientos empieza desde que nos despertamos. En su tratado De la tranquilidad del alma, Séneca habla del “torbellino del alma que no se fija en nada…”. Desde por la mañana, al despertarnos, empezamos a pensar, o más bien a ser asaltados por un raudal de pensamientos, que nos hablan de todo, del pasado y del futuro. Y a menudo menos del presente.

Y, de hecho, lo que llamamos pensar o reflexionar no es producir pensamientos (este movimiento existe independientemente de nuestra voluntad e intervención), sino elegirlos, organizarlos, jerarquizarlos, intentar concentrarse en algunos, desarrollarlos, al mismo tiempo que se intenta descartar otros. Esa es la razón de por qué es vano esperar que la meditación nos conduzca rápida y cómodamente a una especie de silencio mental, a una ausencia de pensamientos. Eso se produce a veces, pero a intervalos, por momentos. Luego el parloteo continúa.

“La consciencia reina, pero no gobierna”, decía Paul Valéry. Siempre me ha gustado esa frase, que me da la impresión que habla de lo esencial: la diferencia entre el poder y la omnipotencia. Matthieu Ricard compara, en la tradición budista, el raudal de nuestros pensamientos con una manada de monos que se agitan y chillan sin cesar, saltando de rama en rama, siempre en movimiento. ¡Vaya tumulto! ¡Y cuánta confusión! ¿Se puede hacer algo? Ese movimiento es imposible de detener y difícil de controlar. Y el riesgo es que pueda sustituirse esta dispersión por la concentración en un único pensamiento. Es lo que se denomina una obsesión, y no representa ninguna mejora. Otro riesgo es el de la distracción. Llenamos la mente de otra cosa, de algo fácil, externo, canalizado, lo suficientemente potente como para captar nuestra atención. Y de repente, cesa el parloteo. Llenarse de paja frente al parloteo. ¿Por qué no? Pero también pueden desarrollarse otras vías.

En el mindfulness renunciaremos a pretender detener o huir del raudal de los pensamientos, eligiendo en su lugar el observarlo. Dando una especie de paso lateral: pensar y verse pensando. El Zen propone la metáfora de la cascada: estamos entre la caída de agua (el raudal de pensamientos) y la pared de roca. Nos observamos pensar ligeramente desplazados; no estamos bajo el raudal (distancia), pero tampoco alejados (presencia). De este modo utilizamos las capacidades de consciencia reflexiva, que consisten en observarnos a nosotros mismos. ¿Es realmente posible observarse pensar? La psicología en primera persona, introspectiva o fenomenológica, lleva tiempo descartándolo: ¿cómo es posible pretender ser juez y parte? “No es posible –decía Auguste Comte- asomarse a la ventana para verse pasar por la calle.” Y no obstante, en materia de consciencia, sí que lo es. Hace falta mucha, mucha práctica…

 

Fuente: Meditar día a día. Christophe André. Editorial Kairós.Barcelona.2012.

 

« volver