El lector sin duda no ignora que Baltasar Gracián fue sinceramente admirado por La Rochefoucauld y por Voltaire, por Schopenhauer y por Nietzsche...
El lector sin duda no ignora que Baltasar Gracián fue sinceramente admirado por La Rochefoucauld y por Voltaire, por Schopenhauer y por Nietzsche, y que todos ellos y no pocos otros de los más finos moralistas europeos contrajeron deudas de peso con el jesuita aragonés. En cambio, es fácil que no sepa o haya olvidado que en los últimos decenios del siglo XX el
Oráculo manual y arte de prudencia (1647), con el título completo o sólo a medias, en traducción o en versiones más o menos remozadas, fue lectura frecuente de
yuppies y empresarios en los aeropuertos del mundo entero, figuró en la lista de
bestsellers del
New York Times (The Art of Wordly Wisdom, con más de cien mil ejemplares a cuestas), agotó repetidas ediciones en diversas lenguas, y, con el retraso de rigor, incluso volvió a publicarse en España, y en colecciones bien ajenas a cualquier tentación literaria.
Como digo, los responsables de ese retorno triunfal eran mayormente directivos y hombres de negocios que en el libro encontraban “algo práctico y espiritual al mismo tiempo” (cito
ipsissimis verbis ), “la sabiduría práctica necesaria para enfrentarse con éxito a un mundo competitivo y hostil”. Una de las traducciones italianas apareció rebautizada
Trecento massime per il manager di oggi; y uno de los más fervientes devotos del jugoso vademécum, profesor universitario de economía industrial y gestión de recursos, le dedicó todo un volumen de comentarios encarrilados a presentarlo como guía ideal para la dirección y organización de grandes compañías.
A mí, lo reconozco, me parece de perlas. Ni entro ni salgo en si el
Oráculo manual tiene en verdad las virtudes que le adjudicaban sus entusiastas de hace unos años. (Tiendo, sin embargo, a suponer que sí: ellos sabrían.) Pero, filólogo yo mismo e historiador de la literatura, no me cuento entre quienes se llamaron a escándalo por semejante
revival y lo denunciaron como lesa filología, trivialización de la historia y atentado contra la literatura.
Es cierto que el
Oráculo , igual que
El discreto, El héroe o, por encima de todos,
El criticón, puede y debe leerse en el texto más fiel al original, restituyéndolo al contexto de Gracián y paladeando la textura del estilo. Pero también puede y debe leerse en una adaptación que deje en el camino aciertos y bellezas pero a la vez los escollos de un lenguaje no a todos accesible (y, aparte Claudio Guillén, todos los españoles hemos leído cuando menos tantos libros traducidos como en español), y vinculándolo sin temor a nuestro tiempo, a nuestra experiencia personal y a nuestros humores.
Fuente: Los discursos del gusto. Francisco Rico. Ediciones Destino. Barcelona. 2003.
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