En El capital, en 1867, Marx escribió acerca del fetichismo de la mercancía, de cómo llega a cosificarse la conciencia humana...(Stuart Jeffries)

En El capital, en 1867, Marx escribió acerca del fetichismo de la mercancía, de cómo llega a cosificarse  la conciencia humana y cómo puede obstruirse la toma de conciencia proletaria que la revolución requeriría. Los marxistas que se congregaron en Ilmenau vivían bajo una forma de capitalismo más avanzada que esa de Karl Marx. ¿Por qué en la década de 1920 era cada vez más improbable una revolución socialista?  Porque la estructura reificada de la sociedad, la alineación de los trabajadores y el fetichismo mercantil del mundo moderno eran tan universales que militaban contra la conciencia de clase necesaria para dicha revolución.

¿Pero qué significan estos términos? ¿Alienación? ¿Reificación? ¿Conciencia de clase? ¿Fetichismo mercantil? Piensen en la silla en que están sentados, o en el iPhone al que están umbilicalmente ligados. Una silla es una mercancía; no porque podamos sentarnos en ella, sino porque la produjo el hombre para ser vendida. Tiene un valor, en el sentido no de que el valor será una propiedad natural de la silla, sino de que cada mercancía tiene un valor de uso, medido por su utilidad para suplir necesidades y carencias. Todo esto suena muy sensato y comprensible, pero agárrense bien el sombrero (mercancía también) porque vamos a adentrarnos en un reino espectral. En el capitalismo, las cosas que los seres humanos fabricamos tienen una fantasmagórica vida propia. El capital  de Marx no es solo un imponente tomo de pensamiento filosófico y económico, sino una trepidante novela gótica, un cuento frankensteiniano de cómo creamos un monstruo (el capitalismo) del cual nos hemos alienado y al cual, mediante la lucha de clases, mataremos.

La grieta que los seres humanos abrieron en el mundo y que ha dejado entrar todas estas cosas monstruosas es la distancia que existe entre el valor de uso y el valor de cambio. Por esa grieta penetró la corruptora inundación de las mercancías. Aquí va una: Apple lanza su nuevo y fatuo iPhone mínimamente distinto de su predecesor. Cuando una silla o un iPhone se venden, se cambian por otra mercancía (dinero, por ejemplo). Este intercambio no toma en cuenta el trabajo que implicó la fabricación de la silla, y mucho menos a los estresados y malpagados trabajadores de Apple, algunos de los cuales han contemplado el suicidio para escapar de la servidumbre penal de confeccionar unos trastos ostensiblemente codiciados para usted y para mí.

Pero esa es solo una parte de la historia de fantasmas. La otra tiene que ver con lo que sucede cuando el obrero recibe un salario por su trabajo. Para Marx, la relación salarial entre capitalista y obrero no toma en cuenta sus respectivas posiciones sociales ni sus relaciones sociales. El trabajo que produjo determinado valor en forma de un abrigo es tratado como una mercancía abstracta, equivalente a cualquier otra mercancía, así como el valor de cambio de la silla separa a la silla de su valor de uso. Esto es lo que Marx llama fetichismo de la mercancía.

 

Fuente: Gran Hotel Abismo. Stuart Jeffries. Turner Publicaciones. Madrid. 2018.

 

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