En lo más profundo del cerebro humano se esconde una pequeña estructura denominada amígdala...(Elisha Goldstein/Bob Stahl)

En lo más profundo del cerebro humano se esconde una pequeña estructura denominada amígdala, con la forma y el tamaño de una almendra, cuya función consiste en asignar significados emocionales a los estímulos procedentes del mundo exterior. La amígdala clasifica estos estímulos como algo a lo que podemos acercarnos o bien debemos evitar. La respuesta de la amígdala nos aboca, entre otras emociones, a experiencias de ansiedad, alegría, tristeza, vergüenza u odio. Estas emociones son experimentadas en el cuerpo como un tipo determinado de energía, pudiendo ser agradables, desagradables o neutras. Pero, con independencia de cuál sea la emoción, siempre nos induce al “movimiento”. En su maravilloso libro The Essential Rumi, Coleman Barks traduce un poema que nos muestra el tipo de actitud que debemos albergar hacia nuestros sentimientos.

El ser humano es una casa de huéspedes

a la que cada mañana llega alguien nuevo:

una alegría, una tristeza, una mezquindad,

una consciencia momentánea,

que se presentan

como visitantes inesperados.

¡Dales la bienvenida y recíbelos a todos!

Incluso si son un coro de penurias

que barren violentamente tu casa

y la despojan de todos sus muebles,

trata a cada huésped con el respeto

que merece,

porque podría estar despejando el espacio

para nuevas delicias.

Recibe sonriendo en la puerta

al pensamiento oscuro, la vergüenza,

la malicia,

e invítalos a entrar.

Da las gracias a todo el que acuda

porque cada uno ha sido enviado

como un guía desde el más allá.

Las emociones que experimentamos influyen, a cada momento, en la percepción que tenemos de la vida. Cuando nos sentimos de buen humor, contemplamos las situaciones de un determinado modo. En cambio, cuando estamos de mal humor, percibimos de manera completamente distinta las mismas situaciones. Con una mayor consciencia, sin embargo, somos capaces de advertir la acción de estos filtros emocionales sin vernos esclavizados por ellos.

Al aprender a sintonizar con nuestra vida emocional, podemos elegir aplicar la bondad a aquello que nos plantea dificultades, estimulando las fortalezas del amor y la compasión por nosotros mismos. En cambio, cuando advertimos la presencia de emociones positivas, podemos escoger saborearlas y permitirles quedarse hasta que inevitablemente desaparezcan. En última instancia, estamos remodelando nuestro cerebro con una sensación de confianza de que, sin importar lo que surja, lo gestionaremos con la seguridad de que todo va a salir bien.

 

Fuente: El manual del mindfulness. Elisha Goldstein/Bob Stahl. Editorial Kairós. Barcelona. 2016.

 

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