<i> La generación intermedia </i> : en alguna otra página he utilizado este membrete, aplicado por cierto a la cala grupal de los escritores barceloneses –y acaso madrileños- del medio siglo...

La generación intermedia : en alguna otra página he utilizado este membrete, aplicado por cierto a la cala grupal de los escritores barceloneses –y acaso madrileños- del medio siglo. Sin duda alguna -el tiempo biológico e histórico es por naturaleza fluido-, toda generación se nos presenta como “intermedia” respecto a la anterior, con la cual lucha para desbancarla, y frente a la sucesora, ante la que se halla ya, et pour cause , a la defensiva. Pero, ¿cuál sería, para Sacristán, esa “generación intermedia”? Precisamente la de los intelectuales y políticos del 36 que aparece en la secuencia histórica enmarcada entre los maestros noventaiochistas (Unamuno) y novecentistas (Ortega), y la nueva hornada generacional –la suya- a punto de florecer ya en los últimos años 40. Generación, la del 36, que rechazará el manso brotar de la reflexión intelectual para sumergirse en las aguas turbulentas de la España –y la Europa- de la década de los 30, esa década que se debate entre el compromiso fascista y el compromiso comunista.

Nuevo dato revelador: para Sacristán –el Sacristán falangista del 47- la generación de 1936 es el paradigma a suscribir, y ese paradigma estaría encarnado por José Antonio Primo de Rivera. Apenas diez años más tarde –tiempo tan grávido en lecturas y experiencias- dicha generación será “demonizada” por Castellet en un enjambre de trabajos que hemos estudiado en la primera parte del libro: la forja generacional de nuestro grupo estaba ya alcanzando su cima con los últimos años 50... Pero ese compromiso del entonces jovencísimo articulista por los hombres de 1936, y a partir de las incitaciones de Ortega, en parte asumidas, en parte rechazadas, aún se acentúa más si realizamos el siguiente experimento: un cotejo entre el texto de Manuel Sacristán y el artículo de J.A. Primo de Rivera “Homenaje y reproche a don José Ortega y Gasset”. Tal lectura iluminaría el perfil ideológico del Sacristán de 1946-47 y los dardos ideológicos que recibe del filósofo a través del filtro joseantoniano. Son evidentes así los paralelos entre el adentrarse en el “ruido” de la historia (en imagen del fundador de Falange) y el “trabajar para fuera”, según las palabras del futuro autor de Las ideas gnoseológicas de Heidegger.

Esa existencia objetiva -a fin de “no naufragar”: ¡qué cercanos parecen estos términos al ensayo antes estudiado de E.P. de las Heras!- ciertamente empujaría en una primera etapa a Sacristán por la ruta del falangismo, para más tarde, a partir del 49, alejarse poco a poco de él, asumiendo un eticismo de raíces kantianas aventadas por el personalismo -el descubrimiento de Simone Weil y su obrerismo “interiorizado”-, y por último, hacia 1955, encaminarse por los territorios del pensamiento y la praxis marxistas. Un inédito del mismo Sacristán escrito en los años 1951 ó 1952 para la Enciclopedia Política Argos sobre José Antonio, así parece demostrarlo. Se percibe en el texto una fría objetividad hacia este político –al lado, repitámoslo, de una cierta admiración por su estilo literario-, objetividad que en algún párrafo se dobla de un prudente criticismo hacia sus limitaciones ideológicas: “sistema de desarrollo simple y pensado en función de la práctica política y de sus datos inmediatos”. Pero lo más útil aquí, y en un sentido ante todo documental, sería recordar que en este artículo nuestro autor reflexiona sobre las filiaciones orteguianas (y unamunescas) existentes en el pensamiento de J.A. Primo de Rivera.

 

Fuente: El jardín quebrado. Laureano Bonet. Edicions 62. Barcelona. 1994.

 

« volver