¡ Inicio de remembranza ! Mientras viva alguien a quien conocemos y admiramos, por muy lejos de nosotros que esté...

¡ Inicio de remembranza ! Mientras viva alguien a quien conocemos y admiramos, por muy lejos de nosotros que esté, la remembranza es algo plácido, perezoso, y tiene un no sé qué de pintura puntillista. La memoria aún no aspira a ofrecer una visión sintética, global, sino que se desplaza tranquila de un punto a otro y salta de episodio en episodio como los niños que juegan a la rayuela. Decimos: ¿Te acuerdas de aquel viaje a Meaux? ¿Te acuerdas de aquella Nochebuena en Berlín cuando Zbyszek cantaba villancicos con su voz de bajo? ¿Recuerdas la visita al hospital de St. Louis? ¿Recuerdas el ramo que él te regaló?

Más tarde, después de la muerte, todo cambia. La memoria se pone seria y emprende una tarea ingente; esta vez tenderá a la síntesis, querrá fijar para siempre, retener y ligar en un retrato todos los elementos y jirones de recuerdos accesibles, y también las reflexiones correspondientes. En las primeras semanas y los primeros meses después de haber perdido a un gran amigo la memoria repite: aún es demasiado pronto, todavía no veo nada, esperemos. Pero se acerca el primer aniversario de la muerte, el tiempo cubre etapas como un campeón olímpico de natación, y de repente resulta que hay que darse prisa, que no hay nada más urgente. Y al mismo tiempo resulta que se trata del trabajo de nunca acabar, un proceso de rememoración que jamás se llevará a término. Es cierto, podemos escribir un retrato conmemorativo, llegar a la palabra “fin” y mandar el texto a la imprenta sólo para darnos cuenta apenas al cabo de unos días de todo lo que hemos olvidado o no hemos tomado en consideración. ¡ A menudo, cosas importantísimas ! Y otra, y otra...

Para colmo resulta que disponemos por lo menos de dos memorias. Una es inteligente, culta y no sólo capaz de elaborar síntesis, sino hasta espontáneamente deseosa de elaborarlas; ella es la que propone grandes trazos, tesis racionales y colores netos. Pero tiene una hermana más modesta, la memoria de pequeños flashes, de breves instantes, una cámara fotográfica desechable que produce átomos de recuerdos no solamente no aptos para ser amplificados y uniformados, sino hasta en cierto sentido orgullosos de su intraducibilidad. Y precisamente ella -nuestra memoria pequeña, lista y perspicaz- no acepta la muerte, no se conforma con la necesidad de cambiar de arriba abajo el sistema de catalogación de los recuerdos. Gracias a ello logra conservar más vida y más frescura en sus destellos. No deja de repetir: ¿te acuerdas?, ¿te acuerdas?, ¿te acuerdas?..., y con cada “te acuerdas” proyecta una diapositiva de su almacén abismal. Pero en vano le pedirías un momento concreto, una fecha. Es caprichosa como una bibliotecaria que, convencida de no cobrar el sueldo que se merece, se venga en el lector inocente, negándose a servirle las fotografías que no tiene ganas de buscar.

Lo que una personalidad fuerte tiene de misterioso no abrirá ante nosotros sus puertas sólo porque el portador del misterio haya muerto. La grandeza del difunto ya la veíamos mientras vivía; y también veíamos sus debilidades sin atrevernos a unirlas con las virtudes o tal vez sin saber hacerlo. Ahora, cuando en el paréntesis biográfico ha aparecido la inevitable segunda fecha, intentamos comprender tanto éstas como aquéllas.

 

Fuente: En defensa del fervor. Adam Zagajewski. Quaderns Crema. Barcelona. 2005.

 

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