La idea de que al público le es dado aceptar o rechazar algo en Arte Moderno, la noción de que el pública desdeña, ignora, no acierta a comprender...

La idea de que al público le es dado aceptar o rechazar algo en Arte Moderno, la noción de que el pública desdeña, ignora, no acierta a comprender, es causa de ruinas y desilusiones o comete cualquier otro crimen en contra del Arte y de los artistas es una mera ficción romántica, un agridulce sentimiento digno de la Trilby. El encuentro ha terminado y se han repartido los trofeos mucho antes de que el público se entere de algo. El público que compra millones de libros, el público que compra billones de discos, los que llenan un estadio en día de concierto, los que gastan un millón de dólares en ver una sola película... constituyen un público que denota cierto gusto, capacidad de abstracción teórica y sentido crítico en literatura o música, pese a los esfuerzos frecuentemente desesperados que algunas élites refinadas llevan a cabo en esos terrenos. Pues bien, eso nunca ha ocurrido en el mundo del arte. El público numeroso que registran gloriosamente los anuarios de museos, todos esos estudiantes y excursionistas y papás y algún que otro intelectual... son sólo turistas, cazadores de autógrafos, despistados, inocuos transeúntes por lo que concierne al juego del Éxito en Arte. Al público se le enfrenta a un hecho consumado y a la ya citada comunicación publicitaria, habitualmente en forma de artículo o de montaje de fotos a todo color en las páginas finales del Time . Es decir, un anuncio. Ni siquiera las publicaciones más poderosas, incluyendo a Time, Newsweek y New York Times , pueden descubrir a un artista nuevo, certificar su valía y hacer que se afiance y perdure. Sólo pueden hacer llegar hasta vosotros las noticias sobre cuáles son los artistas descubiertos y homologados por la divina aldea, Culturburgo. Sólo pueden daros los resultados de la jornada.

Ahora estamos en situación de comprender que si el arte moderno alcanzó la gloria de la fase de Consumación después de la primera guerra mundial, ello no se debió a que fuera por fin apreciado o comprendido, sino a que un reducido grupo de gente de buen tono descubrió que el Arte podía serles útil . Fue después de la primera guerra mundial cuando las palabras moderno y modernista se convirtieron en adjetivos excitantes (algo como la palabra ahora , como en la new Generation, según se utilizó durante la década de los sesenta). Hacia 1920, en el mundo, le monde , ser de buen tono equivalía a ser moderno , y el arte moderno y el nuevo espíritu de la vanguardia estaban hechos a la medida de la moda.

 

Fuente: La palabra pintada. Tom Wolfe. Editorial Anagrama. Barcelona. 1976.

 

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