La pregunta, entonces, es ¿cómo ha podido alcanzar España el nivel de bienestar del que hasta ahora ha disfrutado?...

La pregunta, entonces, es ¿cómo ha podido alcanzar España el nivel de bienestar del que hasta ahora ha disfrutado? Para responderla es preciso volver sobre el modelo productivo español.

Desde finales de los años noventa, pero sobre todo desde la recesión del 2000, prácticamente la mitad de la economía española ha pivotado sobre tres subsectores: la construcción y todas las actividades directa e indirectamente vinculadas a ella; el automóvil, sus suministradores y sus gastos derivados, y el turismo y el entorno con él asociado. Eso por el lado de la oferta. Por el de la demanda, el crédito que desde las entidades financieras ha ido fluyendo sin interrupción hacia familias y empresas.

El crédito, esencial para posibilitar el incremento de PIB que se ha producido en todas las economías, ha sido esencial también en la española. En términos de PIB, la evolución de la deuda privada española ha sido espectacular: 105% en el año 2000, 133% en el 2003, 161% en el 2005, 215% en el segundo trimestre de 2007; lo que no ha sido óbice para que la tasa de pobreza de España fuese del 20% en el año 2005, habiéndose mantenido prácticamente inalterada desde 1982, y que la tasa de pobreza infantil haya sido del 24% en el año 2007.

Las entidades financieras españolas han tenido que convertirse, a su vez, en prestatarias: el calendario de vencimientos de entidades financieras españolas, en millones de euros, era el siguiente a mediados de 2008: entre el I de enero de 2008 y el 31 de diciembre de 2010: 227.801; entre el 1 de enero de 2011 y el 31 de diciembre de 2012: 117.176; a partir del 1 de enero de 2013: 502.286.

Cuando, en septiembre de 2007, se manifestó el problema de los activos tóxicos identificados en las subprime, las “hipotecas basura”, el gobierno español y las autoridades monetarias del país rápidamente aseguraron la ausencia de tales elementos en el sistema financiero español debido a la mucho mayor regulación que el Banco de España había exigido a las entidades financieras españolas en comparación con la exigida en Europa y, sobre todo, en Estados Unidos, lo que era absolutamente cierto.

Sin embargo, muy pocos hablaron del enorme peso que sobre los ingresos del factor trabajo representaban los pagos de las cuotas de los créditos tan alegremente concedidos en años anteriores, ni de la precariedad que en su contratación exhibía la población ocupada española (la tasa de temporalidad más elevada de Europa: más del 30%), ni de la mucho mayor dependencia de España del crédito en relación con otras economías desarrolladas, tanto en el aspecto de las personas físicas –consumo- como en el de las jurídicas –inversión-, como de las entidades financieras que debían conceder esos créditos. A medida que avanzaba el año 2008 se fue poniendo de manifiesto que España se hallaba en una auténtica trampa crediticia.

¿Por qué? Por su modelo productivo: intensivo en un factor trabajo de salarios medios reducidos debido a su relativamente baja productividad, compuesto por numerosas compañías con una reducida capacidad de generación de cash flow y, por su baja productividad, con un bajo nivel de competitividad; también con un conjunto productivo-consuntivo extraordinariamente dependiente del crédito para alimentar un proceso como, por fuerza (porque no existía otra posibilidad, porque otra posibilidad ya no era posible), el escogido: construcción, automóvil, turismo y consumo; con una crónica –y lógica- tendencia al déficit por cuenta corriente. En cuanto se produjeron las primeras restricciones crediticias, el modelo de crecimiento español empezó a gripar.

España va a padecer especialmente esta crisis en la que a pasos agigantados ya estamos adentrándonos. Como hemos visto, su modelo de crecimiento está basado en actividades de bajo valor añadido, y es muy dependiente del exterior tanto en energía como en capital, por lo que, cuando en el exterior comenzaron los problemas, España acusó el golpe muy rápidamente. Por otra parte, España tiene un número de ciudadanos y residente extranjeros hoy insostenible para el valor que es capaz de generar (aunque sin ellos el boom del ladrillo hubiese sido imposible), un valor bajo, con una baja productividad e intensivo en mano de obra, muy sensible, por tanto, al negativo impacto que en el empleo están causando situaciones como las presentes. Y, para concluir, se trata de un modelo muy dependiente del crédito, una posición extremadamente débil en las circunstancias actuales.

 

Fuente: El crash del 2010. Santiago Niño Becerra. Los libros del lince. Barcelona. 2009.

 

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