Las fuerzas dominantes lo son porque consiguen imponer su lenguaje a sus víctimas. Los “expertos” de la economía convencional han logrado así hacer creer...

Las fuerzas dominantes lo son porque consiguen imponer su lenguaje a sus víctimas. Los “expertos” de la economía convencional han logrado así hacer creer que sus análisis, y las conclusiones que de ellos obtienen, se imponen porque son “científicas”, por tanto objetivas, neutras e insoslayables. Esto no es cierto. La llamada economía “pura” en la que se basan sus análisis no trata de la realidad, sino de un sistema imaginario que no sólo no constituye una aproximación a la realidad, sino que se sitúa francamente en sus antípodas. El capitalismo realmente existente es otra cosa.

Esta economía imaginaria amalgama los conceptos y confunde progreso y expansión capitalista, mercado y capitalismo. Para ser capaces de desarrollar estrategias eficaces los movimientos sociales han de liberarse de sus confusiones.

La confusión de ambos conceptos: la realidad (la expansión capitalista), y lo deseable (el progreso en sentido definido), está en la base de muchos de los sinsabores de las críticas a las políticas implementadas. Los discursos dominantes los mezclan sistemáticamente; proponen medios que permiten la expansión del capital y califican de “desarrollo” lo que resulta o podría resultar a su juicio. La lógica de la expansión del capital no implica ningún resultado calificable en términos de “desarrollo”. Por ejemplo, no supone el pleno empleo, o una dosis prediseñada de desigualdad, o de igualdad, en el reparto de la renta. La lógica de esta expansión está guiada por la búsqueda del beneficio para las empresas. Esta lógica puede implicar en ciertas condiciones el crecimiento o el estancamiento, la expansión del empleo o su reducción, puede reducir las desigualdades de renta o acentuarlas, según las circunstancias.

Aquí la confusión mantenida entre el concepto de “economía de mercado” y “economía capitalista” da origen a un debilitamiento de la crítica hecha a las políticas desplegadas. El “mercado”, que por naturaleza hace referencia a la competencia, no es el “capitalismo”, cuyo contenido está precisamente definido por los límites a la competencia que implica el monopolio de la propiedad privada, incluso oligopolista (de algunos, excluyendo por tanto a otros). El “mercado” y el capitalismo constituyen dos conceptos distintos. El capitalismo realmente existente es, como ha analizado perfectamente Braudel, incluso lo contrario del mercado imaginario.

 

Fuente: Más allá del capitalismo senil. Samir Amin. Ediciones de Intervención Cultural-El Viejo Topo. Madrid. 2003.

 

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