Las similitudes entre la Roma de Gibbon y Estados Unidos resultarán evidentes para cualquier lector...

Las similitudes entre la Roma de Gibbon y Estados Unidos resultarán evidentes para cualquier lector –se trata de dos estados multiétnicos fundados en virtud del patriotismo, unificados por gigantescas redes de comunicación, con sendas clases medias ocupando viviendas burdamente uniformes, etc.-, pero la Decadencia y ruina evoca otras realidades contemporáneas. El catálogo de Gibbon de antiguos regímenes autoritarios describe también lugares como Nigeria, Pakistán, Serbia, la Rumania de Nicolae Ceausescu y la Alemania, el Japón y la Unión Soviética de mediados del siglo XX, sin, por supuesto, la organización de masas y el genocidio posibilitados por la industrialización. Gibbon nos dice que fue el peripatético emperador Caracalla a principios del siglo III -y no Hitler, Stalin ni siquiera Atila- el primer tirano mundial de la historia. Y cuando Gibbon escribió sobre los jersonitas de Crimea, quienes, ayudados por los romanos, atacaron a los godos en el año 335, captó muy bien el cercano Cáucaso, donde ahora los rusos oponen a un conjunto de clanes contra otro. La Decadencia y ruina enseña que la tragedia para buena parte del mundo reside en cómo, a pesar del progreso tecnológico, varias sociedades siguen siendo antiguas en un sentido político, y cómo a pesar de la Ilustración muchos gobiernos -incluido el nuestro- siguen siendo corruptos y decadentes debido a la influencia del dinero.

El estilo de Gibbon establece un modelo de valentía literaria. No buscaba la aprobación de nadie ni temía a nada. En su tiempo la Iglesia era una vaca sagrada, pero Gibbon se mostró despiadado en la exposición que hizo de su evolución. Según él, el cristianismo -usando las palabras del historiador Hugh Trevor-Roper en su introducción a la Decadencia y ruina - surgió de “una secta judía herética” para convertirse en un “nuevo culto a la virginidad” y en la más “persistente de las nuevas supersticiones orientales contendientes”, hasta llegar a acaparar poder como “ideología revolucionaria”. En cuanto a las persecuciones contra los cristianos, Gibbon concluía tras una exhaustiva documentación:

Aun admitiendo, sin vacilación ni interrogación, todo cuanto ha registrado la historia, o ha simulado la devoción, sobre el tema de los martirios, hay que reconocer que los cristianos, en el transcurso de sus disensiones internas, se han infligido mucho más daño unos a otros que el que han experimentado del celo de los infieles.

 

Fuente: La anarquía que viene. Robert D.Kaplan. Ediciones B. Barcelona. 2000.

 

« volver