Lillian Parks, la inspectora de enseñanza de East Saint Louis ya jubilada...

Lillian Parks, la inspectora de enseñanza de East Saint Louis ya jubilada, pronunció aquellas palabras en un tono nostálgico y ausente, como si estuviera hipnotizada. Era media tarde, el día había amanecido caluroso y el bochorno se hacía incluso más difícil de soportar que la jornada anterior. En los municipios de clase alta del área metropolitana de San Luis donde viven los blancos, el aire acondicionado te aísla del clima. En cambio, en East Saint Louis uno se encuentra inmerso en él, con la camisa siempre pegada al asiento y consciente del enorme grado de humedad que producen los dos grandes ríos de las proximidades.

La casa de la señora Parks está situada en las afueras de la ciudad, en una calle que lleva por nombre Les Pleins. Nos sentamos en unas sillas blancas de mimbre que había en la solana, entre el gorjeo de los pájaros. Al indicarme cómo llegar hasta allí, había pronunciado aquel nombre francés a la perfección.

-Ahora la población está formada en un 90% por personas de raza negra. Hay algunos inmigrantes coreanos e indios que son propietarios de algunos comercios, pero viven fuera de aquí. Nuestros hijos no saben que en otras ciudades las calles no están cubiertas de basura y malas hierbas; que en realidad en este país hay calles donde todo el mundo corta el césped. Nuestros hijos se educan en medio de una absoluta falta de sensibilidad estética. Y como la actitud de un ser humano ante la vida se forma a una edad muy temprana, podemos dar por perdidos a muchos de ellos.

Se apoyó sobre la mesa de la cocina e, inclinándose hacia mí, comenzó un alegato que no estaba dirigido tanto hacia mí como hacia ella misma.

-¿Cuándo reaccionaremos? ¿Cuándo vamos a tirar todas esas chozas sin esperar a que las autoridades lo hagan en nuestro lugar? ¿Por qué no nos hemos organizado para limpiar las calles? ¿Por qué hay que aguardar a que el Gobierno devuelva a las calles la belleza de otras épocas, la que tienen otros vecindarios? ¿Por qué no lo hacemos por nuestra cuenta? Ahora que el casino ha aportado algunos ingresos a la ciudad, ya no hay excusa posible. –Se rió con delicadeza, como una flor en el momento de abrirse, y prosiguió -: Supongo que estamos demasiado acostumbrados a hacer las cosas de una determinada manera, eso es todo. Sólo espero que todo vuelva a ser como en los años cincuenta. Como inspectora hice todo lo que pude, pero el sistema escolar se ha convertido en un caos y la gente sigue optando por irse en cuanto dispone del dinero suficiente para comprarse una casa en otro lugar. Muchos de nuestros maestros no viven aquí. No ven a sus alumnos ni en el supermercado ni en la iglesia. En tiempos de la segregación, los niños aprendían porque a los maestros se los tenía en gran estima; en la actualidad no aprenden nada, y a pesar de ello la mayoría de nuestros hijos van a la universidad.

-¿Qué porcentaje de ellos? –pregunté.

-Pues antes era del orden de un 60%, pero ahora ya no es tan alto. En la actualidad debe de rondar el 35%. Pero seguimos teniendo alumnos que cursan estudios universitarios –dijo un tanto a la defensiva-. Hace unos años uno de nuestros alumnos recibió una beca que lo distinguía como mejor estudiante nacional…

“Mientras fui maestra nunca tuve que soportar a ningún crío sabelotodo. Llamaba a los padres y ellos actuaban en consecuencia… Sí, entonces se podía pasear por el parque sin miedo. Todos íbamos a la iglesia. Siempre contestabas con un “sí, señora” o un “no, señora”. Los padres eran los que mandaban. ¡Los niños no llevaban las gorras de béisbol puestas dentro de casa ni tampoco con la visera hacia atrás! ¿Es que la gente no sabe que la manera de vestir de una persona delata su forma de ser; que para triunfar hay que cambiar de vestuario y de comportamiento a fin de adaptarse al entorno; que cuando se aspira a conseguir un buen empleo no se puede llevar puesta una estúpida gorra? ¡Lo que necesitamos en las escuelas negras de Estados Unidos son uniformes, no excepciones! –Y añadió, casi llorando- : Lo único que deseo es que cuando nuestros hijos pasen por la acera no encuentren hierbajos entre las grietas ni botellas rotas ni basura ni colchones viejos ni droga. ¿Por qué no podemos hacer algo tan simple como eso? ¿Por qué necesitamos un gobierno para conseguirlo? ¿Por qué no elaboramos un programa: este grupo de vecinos cortará el césped durante esta semana y aquel otro hará lo mismo la semana que viene? Cuando pregunto a la gente si no le molesta tanta porquería, se limitan a contestar: “bueno, mire usted…”

 

Fuente: Viaje al futuro del imperio. Robert D.Kaplan. Ediciones B. Barcelona. 1999.

 

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