Lo que funda la diferencia en la suerte de los mortales se puede reducir...

Lo que funda la diferencia en la suerte de los mortales se puede reducir a tres puntos: 
   
1. Lo que uno es: es decir, la personalidad en el sentido más lato, donde se incluyen salud, vigor, belleza, carácter moral, espíritu y formación del espíritu.
2. Lo que uno tiene: es decir, sus bienes materiales y posesiones. 
3. Lo que uno representa: esto se constituye de la opinión que otros tienen de uno, del rango y de la reputación.

En el número 1 se basa la diferencia entre los seres humanos que dispone la naturaleza, y de ello se desprende ya que será mucho más esencial y radical que las diferencias producidas por las instituciones humanas mencionadas en los números 2 y 3.

Sin duda alguna, el primer punto es, con mucho, el más esencial para su felicidad o desgracia. Porque lo verdaderamente principal, la auténtica existencia del ser humano es a todas luces lo que propiamente sucede en su interior, su bienestar interior, que es el resultado de su sentir, querer y pensar. En un mismo entorno, cada uno vive en un mundo diferente (microcosmos); los mismos procesos exteriores afectan a cada uno de manera diversa, y la diferencia que únicamente surge por medio de esta constitución interior es mucho mayor que aquella que las circunstancias exteriores imponen entre las diversas personas. De manera inmediata cada uno se enfrenta sólo a sus representaciones, sentimientos, manifestaciones de la voluntad; las cosas externas sólo tienen una influencia en la medida en que son originadas por aquéllas, pero sólo en aquéllas vive realmente, son las que hacen su vida feliz o infeliz.

Un temperamento alegre que resulta de una salud perfecta y de una feliz organización, un espíritu claro, vivo, penetrante y de comprensión vigorosa, una voluntad moderada y suave son ventajas que ni rango ni riqueza pueden sustituir.
Lo subjetivo es mucho más esencial que lo objetivo, constituye nueve décimos con respecto al placer. Esto es válido desde el proverbio “el hambre es el mejor cocinero” hasta el nivel del genio o del santo: al anciano le deja indiferente la muchacha que para el joven es el summum bonum.

Puesto que todo lo que existe y sucede para el ser humano sólo existe inmediatamente en su conciencia y sucede en ésta, al parecer lo más esencial es la consistencia de la conciencia misma y ésta misma importa mucho más que las configuraciones que se producen en ella. Todos los lujos y placeres representados en la conciencia apagada de un necio son pobres frente a la conciencia de Cervantes cuando escribió el Don Quijote en una cárcel incómoda.

Lo que uno tiene por sí mismo, lo que le acompaña en la soledad sin que nadie se lo pueda dar o quitar, esto es mucho más importante que todo lo que posee o lo que es a los ojos de otros.

Una persona llena de espíritu se entretiene a la perfección en la soledad más absoluta con sus propios pensamientos y fantasías; mientras que una persona con el espíritu romo siente aburrimiento a pesar de constantes distracciones de teatro, fiestas y excursiones. Un carácter bueno, moderado y suave puede estar contento con circunstancias muy modestas; en cambio, un carácter malo, ávido, envidioso no lo está por muy rico que sea. (Goethe dice con razón en el Diván: “La mayor suerte es la personalidad”. Desde fuera se puede influir mucho menos en las personas de lo que se cree.) ¡Cuántos placeres no resultan totalmente superfluos e incluso molestos e importunos a quien disfruta siempre del placer de una individualidad extraordinaria!

 

Fuente: El arte de ser feliz. Arthur Schopenhauer. Herder. Barcelona. 2000.

 

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