Los científicos no inventan verdades: las descubren. Las verdades genuinas rezuman claridad, precisión y belleza...

Los científicos no inventan verdades: las descubren. Las verdades genuinas rezuman claridad, precisión y belleza. Poseen la cualidad de la evidencia, lo que las convierte en revelaciones. Las verdades nos ayudan a entender el Universo y a conocernos mejor. Nos emplazan, sobre todo, a ser conscientes de nuestra frágil naturaleza y a aceptar nuestras limitaciones.

El proverbial narcisismo, la arrogancia y el endiosamiento de los hombres y las mujeres han sufrido ataques durísimos de la ciencia a lo largo de la historia. Por ejemplo, Nicolás Copérnico se encargó de derrumbar la ilusión de que la Tierra, la morada del ser humano, era el centro del cosmos, al descubrir en el siglo XVI que giramos alrededor del Sol, del que además dependemos para sustentar la vida. Más tarde, Charles Darwin demostró que provenimos del mono. El impacto de este hallazgo fue tan profundo como humillante, pues en nuestra infatigable persecución de la supremacía infinita habíamos roto los lazos con el resto de la fauna y nos habíamos adjudicado un origen divino.

Sigmund Freud dio la campanada a finales del siglo pasado. El padre del psicoanálisis evidenció el poder extraordinario del inconsciente sobre nuestros deseos y comportamientos. Esta revelación destruyó para siempre la creencia de que somos dueños y señores de nuestra mente y de nuestros actos. Por su parte, Albert Einstein propinó un golpe devastador a la omnipotencia y al absolutismo humanos. Este científico genial demostró que nuestra percepción de fenómenos supuestamente exactos, como la velocidad de la luz de las estrellas o la rapidez del tiempo, es relativa y depende de dónde nos situemos.

Todos estos logros memorables de la ciencia nos enseñan que el arte de vivir requiere conocimiento, pero también humildad. Para superar los desafíos que nos plantea la existencia es importante reconocer que somos una mera fracción del Universo sujeta a un proceso imparable de selección natural y evolución; que existen fuerzas desconocidas que no controlamos, pero que influyen poderosamente sobre nuestras actitudes y conductas, y que la visión del mundo es subjetiva y depende del punto de vista del observador.

 

Fuente: Antídotos de la nostalgia. Luis Rojas Marcos. Espasa Calpe. Madrid. 1998.

 

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