Mi máquina de urdimbre de tiempo favorita es la concebida por Kip Hodges...

Mi máquina de urdimbre de tiempo favorita es la concebida por Kip Hodges, en la que imagina a la Tierra como un ser humano con una esperanza de vida de 75 años. “Pensar en el ritmo del desarrollo de nuestro planeta y en el de la evolución en términos humanos es una experiencia realmente clarificadora”, afirma. Según este cálculo, en el que doce meses es el equivalente a 60 millones de años, tenemos un bebé Tierra que engordó muy rápidamente. Al año de edad, ya había terminado la condensación del disco planetario que rodeaba al Sol y había alcanzado su tamaño actual gracias a la adición de trozos de metales y rocas. Un mes o dos más tarde, nuestro gran bulto burbujeante ya había arrojado de sus entrañas una espesa atmósfera de dióxido de carbono, vapor de agua, nitrógeno, azufre, metano y algunas pequeñas cantidades de otros elementos, creándose una miasmática mezcla que nuestros pulmones hubieran encontrado inaceptable, pero que permitió que el agua líquida se quedara en las cuencas de los cráteres de la superficie en lugar de evaporarse hacia el espacio. Al comienzo de su adolescencia, la Tierra hizo lo que no debería hacer ningún adolescente humano: en algún lugar, de alguna forma, su tejido saturado, todavía febril, dio nacimiento a las formas más tempranas de vida. Apenas ocho o diez semanas después del parto, algunas variedades de bacterias verdiazuladas empezaron a escupir oxígeno hacia la atmósfera, produciendo una revolución bioquímica a la que la vida, al cabo del tiempo, le daría un uso espectacular. Sin embargo, no fue hasta los 73 años de edad -hace unos 700 millones de años- cuando pudo contemplar la aparición de organismos multicelulares. La madre Tierra alcanzó la edad de 72 años -edad más propia de abuela- antes de que aparecieran los dinosaurios, y el primer simio no llegó hasta mayo o junio del último año de la vida de nuestra Gaia, discapacitada y escorzada antropocéntricamente. El moderno Homo sapiens aguardaba el repiqueteo de las campanadas del 31 de diciembre, la agricultura y la cría de animales aparecieron a las 10 de la noche, el primer garabato y el giro de la primera rueda, una hora más tarde, la guerra de la independencia de Estados Unidos tuvo lugar a las 11,58 y Neil Armstrong embarró la Luna y se convirtió en el nuevo Bartlett veinte segundos antes de la medianoche.

 

Fuente: El Canon. Natalie Angier. Ediciones Paidós Ibérica. Barcelona. 2008.

 

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