Mi técnica es la de la esponja. Ustedes saben que la esponja no es un animal sino una colonia de animalitos asociados...

Mi técnica es la de la esponja. Ustedes saben que la esponja no es un animal sino una colonia de animalitos asociados y su estructura está llena de agujeritos y canalillos por los que entra y sale el agua, cuyos nutrientes aprovecha la esponja. Pues bien, yo llamo hacer la esponja a dejarme penetrar por el exterior. Voy andando, paseando por la calle, y de pronto me detengo, me siento en un banco, y me quedo ahí quieto un buen rato, sin hacer nada. A veces tomo alguna nota, pero muchas otras ni siquiera, simplemente dejo que lo que pasa, me traspase, penetre en mí sin enterarme en ese momento. Pero al cabo de un tiempo recuerdo, o creo que recuerdo, relaciono una ocurrencia con algo que pasó en ese banco, o tal vez no pasó, pero pudo pasar. Créanme o no me crean, pero dejarse traspasar por la realidad circundante, esto es, hacer la esponja, es muy útil para escribir. Es otra recomendación que les hago. Yo lo he hecho mucho. Y también lo contrario, porque con la técnica “antiesponja” consigo aislarme y que no penetre en mí aquello que no me interesa, que me perturba o desvía de mi trabajo creativo.

Ya les conté cómo conseguí pasar muchos años en un banco y llegar incluso a subdirector del mismo sin enterarme de nada relativo a operaciones bancarias. El banco estaba en la Carrera de San Jerónimo y se entraba a las nueve. Quienes conocen Madrid saben que muy cerca hay una plazuela, donde está el Hotel Palace, con un pequeño monumento a Cervantes. Muchos días, antes de entrar en el banco, me sentaba un rato a hacer la esponja. Un día, pasadas ya las nueve, yo seguía sentado en mi banco y vi llegar al secretario general en su flamante coche oficial. Al llegar a mi altura, el hombre mandó parar el coche, se acercó y me preguntó intrigado: “Pero, hombre, José Luis, ¿qué haces ahí?”. “Ejercicios de libertad”, contesté. “Y eso ¿qué quiere decir?”, siguió sorprendiéndose. “Pues que la hora de entrar son las nueve, pero yo no entro.” Para entonces yo, escribiendo discursos, editando boletines y haciendo lo que a los demás gustaba menos, ya había alcanzado el estado de gracia que proporciona el que digan de uno “cosas de Sanpedro”, de modo que, lejos de amonestarme, el secretario se sentó a mi lado a ejercitar él también su libertad durante unos minutos.

 

Fuente: Escribir es vivir. José Luis Sanpedro. Random House Mondadori. Barcelona. 2005.

 

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