Para la escuela bioeconómica, el pensamiento económico debe reencontrar su inspiración primera...

Para la escuela bioeconómica, el pensamiento económico debe reencontrar su inspiración primera, que se situaba históricamente en la cercanía de las ciencias de la vida, sobre todo de la fisiología y de la agronomía. Quesnay, el padre del descubrimiento del “circuito económico”, era médico, y los fisiócratas (que, en el siglo XVIII, consideraban la agricultura como la única fuente de riqueza) utilizaron explícitamente la analogía de la circulación de la sangre en el microcosmos animal, asociada en la cosmología barroca a la circulación del agua en el macrocosmos terrestre. En el Siglo de las Luces, el “sistema de la Tierra” del doctor James Hutton ilustra bien esta visión orgánica, cíclica y estable de la “máquina del mundo”. La palabra máquina quería decir en este caso organismo. Significativamente, James Lovelock, el padre espiritual de la teoría Gaia, que posee una formación médica, como el geólogo Hutton, reactiva en nuestros días esta tradición al hablar de “geofisiología”.

Recordemos que el proceso económico, sobre todo con la industrialización, no es sólo metabólico, en el sentido fisiológico y bioquímico del término, sino también antrópico, disipativo, evolutivo e histórico, precisamente a causa de la ley de la entropía, es decir, de la degradación inherente a las transformaciones termodinámicas irreversibles que se operan entre el sistema productivo de la sociedad y la geoquímica del entorno, en este caso los recursos naturales extraídos de la litosfera, esto es, la energía (sobre todo los combustibles fósiles) y la materia utilizable (los minerales útiles), transformados, utilizados, gastados y finalmente desechados en nuestro entorno terrestre limitado. El irrevocable agotamiento de los recursos mineralógicos, o la contaminación y la degradación de la biosfera, se esclarecen de forma abrumadora a la luz del segundo principio de la termodinámica. Aún debemos entender que el extraordinario desarrollo económico de Occidente ha provocado una verdadera ruptura socioecológica, eso que yo he propuesto definir como la revolución termoindustrial (de la cual Sadi Carnot es, adelantándose a su tiempo, el profeta incomprendido). Todavía no hemos salido de ello. Todavía no lo hemos entendido bien.

 

Fuente: Objetivo decrecimiento.Colectivo Revista <i>SILENCE<.El Lector Universal.Barcelona.2006.

 

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