Realmente, Keynes fue un personaje sorprendente en todos los sentidos...

Realmente, Keynes fue un personaje sorprendente en todos los sentidos; su vida fue, sin duda, el producto de su tiempo y sus circunstancias. Lo primero que sorprende de este personaje es su gran implicación en el círculo de Bloomsbury, formado por intelectuales del mundo de la literatura, el arte y lo social; un grupo muy heterogéneo pero con un singular punto en común: “un gran desprecio por la religión” y la oposición frontal a la moral victoriana y el realismo del siglo XIX. Todos se consideraban miembros de una élite intelectual ilustrada, de ideología liberal y humanista, y en su mayoría habían sido educados en el Trinity College de Cambridge o en el King’s College de Londres. Propugnaron especialmente la independencia de criterio y el individualismo esencial. Integraban el círculo personajes de la talla de la escritora Virginia Woolf, su esposo, Leonard Sidney Woolf, los filósofos Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, los críticos de arte Roger Fry y Clive Bell, el sinólogo Arthur Waley, el escritor Gerald Brenan, el biógrafo Lytton Strachey, el crítico literario Desmond MacCarthy, el novelista y ensayista Edward Morgan Forster, la escritora Katherine Mansfield, los pintores Dora Carrington, Vanessa Bell, Duncan Grant y, por supuesto, el economista John Maynard Keynes.

Ya que la homosexualidad no era extraordinaria en el grupo de Bloomsbury, digamos que, para no desentonar de su grupo, las primeras relaciones de Keynes fueron con otros hombres. Lytton Strachey, John Maynard Keynes y Duncan Grant, un trío llamado a ser historia hasta que en octubre de 1918 se cruzó en su camino Lydia Vasilyevna Lopokova, la primera bailarina de la compañía de Sergéi Diágilev. A pesar de que no se trató de amor a primera vista, pues tras conocerla Keynes comentó que Lydia no le había gustado pues “tenía el trasero muy gordo”, algunos años después el economista había cambiado de opinión y, claro está, de opción sexual, sucumbiendo a los encantos de la bailarina rusa que le acompañó hasta el final de sus días. En 1925, cuando Keynes estaba próximo a contraer solemnes nupcias con esta fascinante mujer (amiga de Stravinsky, de T.S. Eliot, de Picasso, quien la dibujó varias veces, y de Boris Anrep, quien la inmortalizó como la Terpsícore del mosaico El despertar de las musas de la Galería Nacional de Londres), mostraba su sorpresa ante sus amigos ”bloomsberries” porque Duncan Grant le devolvió la invitación de boda que le había cursado; el economista no pudo ser más explícito: “Es totalmente cierto que, durante cinco o seis años, Duncan y yo hemos vivido como marido y mujer; pero esto en nada explica por qué rehúsa mi invitación de boda.”

 

Fuente: Mis economistas y su trastienda. Fabián Estapé. Editorial Planeta.Barcelona.2009.

 

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