Siguiendo con el capítulo de barbaridades que pueden atribuirse a la obtusa confusión entre los límites naturales y su consideración como equivalentes de <i> lo escaso </i>, nos encontramos...

Siguiendo con el capítulo de barbaridades que pueden atribuirse a la obtusa confusión entre los límites naturales y su consideración como equivalentes de lo escaso , nos encontramos, con más frecuencia de la deseada, con la opinión de que la producción total de alimentos hoy por hoy -y más probablemente en un futuro no lejano- es insuficiente o escasa para cubrir todas las demandas mundiales, sin que parezca relevante saber si éstas son resultado del deseo o de la necesidad. Las cifras de muertos por las hambrunas periódicas de las últimas décadas, y el que buena parte de la población mundial, superior a los mil millones de habitantes, subsistan con una dieta inferior –en cuanto a calorías- a la que sería recomendable, parecen no dejar espacio para la duda sobre la objetividad de este hecho. Ahora bien, la objetividad del hecho, es decir, la realidad de la situación de hambruna que padece buena parte de la población mundial, no demuestra por sí sola que la producción de alimentos con que poder nutrir a dicha población sea insuficiente, sino simplemente limitada. El límite en este caso lo marca el crecimiento de la población en relación con el crecimiento experimentado en la producción de alimentos. T.Malthus, el patriarca de la abstinencia –tanto sexual como alimentaria- dejó fijado para la posteridad dicho límite en su obra An Essay on the Principles of Population (1789). Según él no pueden cubrirse las necesidades de alimentos de la población si la producción no crece a un ritmo tan o más acelerado que el crecimiento de aquélla. Ch.Dickens ponía en boca de uno de sus personajes burgueses sobrealimentados una frase que bien pudiera haber sido pronunciada por el mismísimo T.Malthus: “Estos pobres lo único que pretenden es comer sopa de tortuga con cuchara de plata”. Lo curioso del asunto es que el orondo burgués de Dickens daba muestras de la abstinencia que pedía para el escuálido pobre al que dirigía tan cándida oración atiborrándose en su presencia, mientras este último, con ojos de desaliento, solicitaba su derecho a vivir (o morir), como quien le recriminaba, comiendo.

 

Fuente: La economía como ideología. José Mª Cabo. Editorial Hiru. Hondarribia. 2004.

 

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