Tal era la imagen que el anciano, durante su vida y después de ella, mostraba a la mirada de sus conciudadanos...

Tal era la imagen que el anciano, durante su vida y después de ella, mostraba a la mirada de sus conciudadanos, y aunque el pequeño Hans Castorp no entendía nada de los asuntos públicos, sus ojos infantiles, de mirada contemplativa, hacían poco más o menos las mismas observaciones -observaciones mudas y, por consiguiente, faltas de crítica, aunque llenas de vida y que más tarde, como recuerdo consciente, conservaron su carácter hostil a todo análisis verbal, siendo tan sólo afirmativo-. Como ya se ha dicho, la simpatía estaba presente, era una afección y afinidad íntima que a veces franquea la barrera de las generaciones. Los niños contemplan para admirar y admiran para aprender y desarrollar lo que llevan por herencia.

 

Fuente: La montaña mágica. Thomas Mann. Edhasa. Barcelona. 2003.

 

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