Todo empieza con la respiración. Inhalando en este momento, exhalando al siguiente...

Todo empieza con la respiración. Inhalando en este momento, exhalando al siguiente. Cuando nos distraigamos, basta con que volvamos a concentrarnos. Esto es lo que está sucediendo aquí y ahora mismo. La última respiración se ha acabado; aquí hay otra. Viene un pensamiento, bien. Dejemos que pase. Se ha ido. Volvamos a la respiración. Inhalar. Exhalar. Viene otro pensamiento. Muy bien. Dejemos que pase. El cerebro genera pensamientos de la misma manera que el hígado genera bilis. Ése es el modo en que funciona el cerebro. Ése es su trabajo. Nosotros no nos sentimos preocupados por lo que suponemos que está haciendo el hígado. No nos enfadamos con él. Apliquemos esta misma fácil aceptación a la función de nuestro cerebro. Dejemos que nos envíe pensamientos. Basta que no nos dejemos llevar por ellos. No hemos de interesarnos demasiado en ellos. Al mismo tiempo, dejemos que vengan y se vayan, sin control por nuestra parte. Al final, la mente y la respiración se volverán una misma cosa. Ésta es la forma más rápida de entrar en el descubrimiento de uno mismo como cambio.

Los médicos chinos tradicionales creen que la respiración y la mente están conectadas. Aquellos de nosotros que se han sometido a tratamientos de acupuntura, han experimentado esto de primera mano. Tan pronto como las agujas quedan colocadas en los puntos meridianos, sientes simultáneamente cómo la respiración y los pensamientos se hacen más lentos. La mente se comienza a relajar de verdad. Ésta es la razón por la que muchos pacientes se duermen. Es incluso mejor para los pacientes que meditan, ya que entran en un estado relajado pero alerta que ayuda al cuerpo a ocuparse de la curación.

Basta con respirar. Nada más. Pero la experiencia de simplemente sentarse y prestar atención a la respiración nos devuelve al hecho básico de nuestra existencia. No es que seamos ilusos. Ésta es una idea equivocada que algunas personas tienen sobre la práctica del Zen -que allí no hay nadie en absoluto. Basta con que nos pillemos los dedos en una puerta para darnos cuenta de que esto no es cierto. De todos modos, existe una diferencia entre lo ilusorio y lo pasajero. El yo, como el resto de las cosas del universo, viene y va, no está fijo, no tiene ni siquiera la misma forma al momento siguiente. Cuando estamos heridos, nos sale sangre auténtica y derramamos lágrimas reales. Pero sólo momentáneamente. Es el yo dolido en este momento. En un instante, se transformará, se volverá completamente nuevo. El yo es real, manifestándose como el momento cambiante. La única ilusión es que el yo es sólido, fijo, y que el cambio lo está atacando de algún modo desde el exterior.

La intimidad real con el cambio significa que no nos agarramos automáticamente a los momentos “encantadores” ni rechazamos los “feos”. Llega la lluvia, y nos quedamos empapados por ella; viene el sol, y nos quedamos empapados por él. Esto es todo.

 

Fuente: Zen Básico. Manfred B.Steger y Perle Besserman. Editorial Paidotribo. Badalona. 2006.

 

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