Tras la segunda guerra mundial, el sistema monetario de Bretton Woods había intentado limitar los flujos de capital especulativo... (Adam Tooze)

Tras la segunda guerra mundial, el sistema monetario de Bretton Woods había intentado limitar los flujos de capital especulativo. Esto otorgaba al Tesoro y a la Fed estadounidenses funciones de control. El objetivo era minimizar la inestabilidad monetaria y gestionar la escasez mundial de dólares. Pero eso significaba que las autoridades estadounidenses tenían que efectuar el control de tipo de cambio que ahora asociamos con China. Era un obstáculo para la banca privada. Desde los años cincuenta, la City de Londres, con la connivencia de las autoridades de Reino Unido, se había convertido en un centro financiero que esquiva estas restricciones. Los bancos británicos, estadounidenses, europeos y después los asiáticos empezaron a utilizar Londres como un centro para la captación de depósitos y la concesión de préstamos en dólares fuera del ámbito regulador. Entre los primeros en beneficiarse de estas cuentas en “eurodólares” figuraban los Estados comunistas que querían mantener sus ingresos por exportaciones a salvo de la injerencia del Tesoro estadounidense. Marcaron una tendencia. En los años sesenta, las cuentas en eurodólares de Londres eran un marco fundamental para un mercado financiero mundial apenas regulado. Como consecuencia, la geografía de lo que ahora conocemos como la hegemonía financiera estadounidense era compleja. Se reducía a Wall Street tan poco como la fabricación de iPhones a Silicon Valley. La hegemonía del dólar se logró gracias a una red. A través de Londres, el dólar se volvió global.

Las cuentas en dólares offshore, impulsadas por el afán de lucro y el apalancamiento bancario, fueron desde el principio una fuerza nociva. Tenían escasa consideración por el valor oficial del dólar según el sistema de Bretton Woods y la presión que esto ejercía contribuyó a hacer que la vinculación al otro fuera cada vez más insostenible. El derrumbe definitivo de Bretton Woods coincidió en 1973 con el aumento de los ingresos en dólares de la OPEC, la afluencia de dinero offshore a través de las cuentas en eurodólares de Londres se convirtió en una avalancha. A principios de los años ochenta, tanto Gran Bretaña como Estados Unidos habían eliminado todas las restricciones a los movimientos de capitales. En octubre de 1986 le seguiría el “Big Bang”, la desregulación de Thatcher. La City de Londres se abrió a la inversión extranjera, sacrificando estructuras similares a los gremios que se remontaban a siglos atrás ante la necesidad imperiosa de crear un centro financiero abierto y global. Al cabo de una década, los bancos de inversión británicos habían sido engullidos por sus competidores estadounidenses y europeos. El capital estadounidense, asiático y europeo entró a raudales. Esto no solo implicó cambios regulatorios y enormes flujos financieros, sino también la reconfiguración física del corazón medieval de la City de Londres. Para albergar las nuevas oficinas y salas de mercados gigantescas que necesitaban los bancos globales, los magnates inmobiliarios canadienses iniciaron la construcción de un inmenso complejo de oficinas en los muelles postindustriales abandonados de Canary Wharf. En abril de 2004, el ministro de Hacienda Gordon Brown inauguró solemnemente las nuevas oficinas de Lehman en la 25 Bank Street. Mientras tanto, el sector emergente de los Hedge Funds encontró una nueva y cómoda sede en Mayfair, donde la aseguradora estadounidense AIG elegiría ubicar su división de productos financieros, que posteriormente sería tan tristemente célebre.

 

Fuente: Crash. Adam Tooze. Editorial Planeta. Barcelona. 2018.

 

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