Un cerebro que es bueno a la hora de simular modelos en la imaginación corre también, de manera casi inevitable, el peligro de autoengañarse...

Un cerebro que es bueno a la hora de simular modelos en la imaginación corre también, de manera casi inevitable, el peligro de autoengañarse. ¿Cuántos de nosotros, siendo niños, hemos permanecido en la cama, aterrorizados porque pensábamos haber visto un fantasma o una cara monstruosa que nos miraba desde la ventana del dormitorio, para descubrir después que sólo era una jugarreta que nos había hecho la luz? Ya he comentado con qué vehemencia el programa de simulación de nuestro cerebro construye una cara maciza allí donde en realidad hay una cara hueca. Con la misma facilidad produce una cara fantasmagórica a partir de lo que realmente es una colección de pliegues iluminados por la luna en una cortina de tul blanco.

Cada noche de nuestra vida soñamos. Nuestro programa de simulación pone en marcha mundos que no existen; personas, animales y lugares que nunca existieron, que quizá nunca existirán. En el momento de experimentarlas, estas simulaciones son percibidas por nosotros como si fueran realidad. ¿Por qué no habríamos de percibirlas así, dado que habitualmente experimentamos la realidad de la misma manera, como modelos de simulación? El programa de simulación también puede engañarnos cuando estamos despiertos. Las ilusiones como la cara vacía son inofensivas en sí mismas, y comprendemos como funcionan. Pero nuestro programa de simulación puede asimismo, si estamos drogados, o con fiebre, o hemos ayunado, producir alucinaciones. A lo largo de la historia, las personas han tenido visiones de ángeles, santos y dioses; y les han parecido muy reales. Bueno, desde luego, tenían que parecer reales. Son modelos, que el programa de simulación normal ha ensamblado. El programa de simulación utiliza las mismas técnicas de modelado que usa normalmente cuando presenta su edición continuamente puesta al día de la realidad. No es extraño que estas visiones hayan tenido tanta influencia. No es extraño que hayan cambiado la vida de la gente. De modo que si alguna vez oímos una historia acerca de que alguien ha tenido una visión, ha sido visitado por un arcángel, o bien ha oído voces en la cabeza, hemos de tener de inmediato sospechas de tomarlo al pie de la letra. Recuérdese que nuestra cabeza contiene un programa potente y ultrarrealista de simulación. Nuestro programa de simulación podría invocar en un dos por tres y de forma completa a un fantasma, un dragón o una virgen santa. Sería un juego de niños para un programa tan sofisticado.

 

Fuente: Destejiendo el arco iris. Richard Dawkins. Tusquets Editores. Barcelona. 2000.

 

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