Y es que para haber superado (por el momento) la prueba de la lucha biológica fue necesaria la inteligencia, sí, pero seguramente...

Y es que para haber superado (por el momento) la prueba de la lucha biológica fue necesaria la inteligencia, sí, pero seguramente lo fueron más, durante mucho tiempo (acaso siempre, incluso hoy), sentimientos de solidaridad, de pertenencia a un grupo de la misma especie, así como valorar particularmente a la descendencia propia, tanto como para estar dispuestos a dar la vida por ella. No hace falta saber mucho de las enseñanzas de Charles Darwin, de la teoría de la evolución natural que propuso en su gran libro de 1859, On the Origin of Species (Sobre el origen de las especies) , para comprender lo importante que fue el poseer, o desarrollar, semejantes sentimientos. Sentimientos he dicho, sí, y es esta una palabra clave: la evolución biológica ha favorecido el desarrollo de los sentimientos, de las emociones, de -si se quiere emplear esta expresión un tanto cursi y poco rigurosa- nuestra faceta “sentimental”. No quiere esto decir que los haya favorecido frente a la capacidad de análisis, de análisis riguroso y racional (desarrollaré esta cuestión más adelante). En primer lugar, porque existía una razón (ayudar a sobrevivir) para favorecer el desarrollo de los sentimientos a que he aludido; se trataba, pues, también de una decisión racional, solo que de otro tipo. Y en segundo lugar, porque la “razón sentimental” o “emotiva” no tiene por qué excluir o contraponerse a “la razón lógica”.

 

Fuente: Los mundos de la ciencia. José Manuel Sánchez Ron. Espasa Calpe. Madrid. 2002.

 

« volver