Y, sin embargo, muchos de los que presentan proyectos para la reforma de la Seguridad Social -entre ellos, por supuesto, los asesores de George W.Bush- ...

Y, sin embargo, muchos de los que presentan proyectos para la reforma de la Seguridad Social -entre ellos, por supuesto, los asesores de George W.Bush- insisten en que la solución se encuentra en las acciones, y que es seguro que éstas seguirán produciendo un siete por 100 eternamente. Si uno procura hacer notar que comprar un trozo de Estados Unidos en forma de sociedad anónima es mucho más caro de lo que solía ser, se limitan a repetir, como si fuera un mantra, que la bolsa ha representado, históricamente, una excelente inversión. Dicho de otro modo, que el billete de cien dólares estaba ahí ayer y, por lo tanto, debe de seguir ahí, ¿no es cierto?

¿Es una victoria de las ilusiones sobre el análisis la extraña aceptación de una falacia tan ingenua por parte de los economistas de primera clase, o consiste más bien en un astuto gesto de conveniencia política? Algunos comentarios de Bush ofrecen pruebas de que se trata de la vieja falsedad norteamericana que se ha puesto en acción.

El 15 de mayo, Bush solicitó en un discurso a sus oyentes: “Consideren este hecho sencillo: aunque un trabajador eligiese únicamente la inversión más segura del mundo, un bono del gobierno norteamericano ajustado a la inflación, recibiría el doble de la tasa de rendimientos de la Seguridad Social”. Se trata de un dato asombroso; y todavía lo es más cuando uno se percata de que el sistema de la Seguridad Social invierte todo su dinero, como ya lo ha adivinado usted, en bonos del gobierno norteamericano. No obstante, la explicación -que los consejeros de Bush comprenden muy bien, aunque no así el gobernador- es que los trabajadores de hoy contribuyen no sólo para su jubilación, sino también para la manutención de los que ya están jubilados en la actualidad. Si piensa usted que se trata de un detalle sin importancia -que es una cuestión menor saber cómo nos enfrentaremos a las obligaciones existentes si permitimos que los trabajadores inviertan sus contribuciones en otra parte-, permítame asegurarle que yo tampoco tendría problemas en diseñar un plan indoloro para salvar la Seguridad Social, desde el momento en que usted me garantizara que gran parte de las obligaciones del sistema desaparecerían por arte de magia.

O, quizá, “magia” no sea la palabra exacta. ¿Qué tal “vudú”?

 

Fuente: El gran engaño. Paul Krugman. Editorial Crítica. Barcelona. 2004.

 

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