Aparte de algunas hierbas medicinales que servían para aliviar leves desarreglos, la realidad es que hasta el siglo XIX se sabía muy poco sobre las causas de las enfermedades y aún menos sobre cómo curarlas...

Aparte de algunas hierbas medicinales que servían para aliviar leves desarreglos, la realidad es que hasta el siglo XIX se sabía muy poco sobre las causas de las enfermedades y aún menos sobre cómo curarlas. Baste recordar que la penicilina fue descubierta por el bacteriólogo escocés Alexander Fleming, una mañana de 1928, y tardó en salir al mercado más de una docena de años.

Todo esto sugiere que, en realidad, hasta hace poco la eficacia de la medicina estuvo basada en el efecto placebo . Este efecto se produce cuando un enfermo mejora, o incluso se cura, después de ingerir una sustancia inocua o de ser sometido a una intervención sin ningún valor terapéutico. Por ejemplo, tomarse una cápsula que únicamente contiene unos granos de azúcar para remediar una úlcera de estómago. El término “placebo”, que fue usado por primera vez por médicos ingleses a comienzos del siglo XIX, no es otra cosa que la primera persona del futuro del verbo latino placere , “gustar”, es decir, “me gustará”. Es una expresión que intenta reproducir la expectativa positiva del enfermo antes de tomar el supuesto medicamento.

Hoy está sobradamente demostrado que entre el 25 y el 50 por ciento de los enfermos más comunes mejora o incluso se cura después de ingerir sustancias que no afectan a su enfermedad. Por eso, como analizaré con más detalle en el capítulo que dedico a la relación entre optimismo y salud, para que un nuevo medicamento salga al mercado se tiene que demostrar que sus beneficios curativos son estadísticamente superiores a los de una sustancia placebo. Las personas que trabajamos en el mundo de las enfermedades no tardamos mucho en percatarnos de que los pacientes más convencidos de que el remedio que toman aliviará su enfermedad son los que tienen mayores probabilidades de estimular sus defensas naturales y de facultarse a sí mismos para sanar.

Desde el amanecer de la humanidad, en el terreno de las enfermedades se ha evidenciado espectacularmente el poder de la fe para mover montañas.

 

Fuente: La fuerza del optimismo. Luis Rojas Marcos. Santillana Ediciones Generales. Madrid.2005.

 

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