Fue necesario esperar hasta 1844 para que se constituyese en Inglaterra un mercado competitivo de trabajo.(Karl Polanyi)

Fue necesario esperar hasta 1844 para que se constituyese en Inglaterra un mercado competitivo de trabajo; no se puede decir, pues, que el capitalismo industrial existiera en tanto que sistema social antes de esta fecha. La autoprotección de la sociedad se instauró, no obstante, casi de inmediato: se asistió así a la aparición de las leyes sobre las fábricas, de la legislación social y de un movimiento obrero, político y sindical. Y fue precisamente a lo largo de esta tentativa para conjurar los peligros absolutamente nuevos del mecanismo del mercado, cuando el movimiento de protección entró de forma inevitable en conflicto con la autorregulación del sistema. No es exagerado afirmar que la historia social del siglo XIX estuvo determinada por la lógica del sistema de mercado propiamente dicho, a partir de su liberación mediante la reforma de las leyes de pobres en 1834. Y el punto de partida de esta dinámica fue la ley de Speenhamland. Cuando afirmamos que estudiar Speenhamland es estudiar el nacimiento de la civilización del siglo XIX, no sólo tenemos en cuenta sus efectos económicos y sociales –la influencia determinante de dichos efectos en la historia política moderna-, sino también el hecho de que nuestra conciencia social se formó en ese molde, y este es un hecho que las generaciones actuales suelen desconocer con frecuencia. El personaje del indigente, olvidado prácticamente después, dominaba entonces un debate que dejará una marca tan fuerte como la de otros sucesos históricos más espectaculares. Si la Revolución francesa era deudora del pensamiento de Voltaire y de Diderot, de Quesnay y de Rousseau, el debate en torno a las leyes de pobres forma los espíritus de Bentham y de Burke, de Godwin, Malthus, Ricardo y Marx, de Robert Owen, John Stuart Mill, Darwin y Spencer, quienes compartieron con la Revolución de 1789 el parentesco espiritual de la civilización del siglo XIX. Durante las décadas posteriores a Speenhamland y a la reforma de las leyes de pobres, el espíritu del hombre, preso de una nueva inquietud, se dirigió hacia la propia comunidad: la revolución que los magistrados de Berkshire habían intentado contener  inútilmente –y que la ley de Reforma había al fin logrado hacer estallar- permitió a los hombres dirigir sus miradas hacia su propio ser colectivo, como si antes hubiesen minusvalorado su presencia. Se descubrió así un mundo cuya existencia no se había sospechado con anterioridad, el de las leyes que gobiernan una sociedad compleja; ya que, si bien la sociedad que emerge en un primer momento, en este sentido nuevo y distinto, es la del ámbito económico, se trata no obstante de la sociedad en su totalidad.

 

 

Fuente: La gran transformación. Karl Polanyi. Virus Editorial.Barcelona.2016.

 

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