AMORRATS A LA MAMELLA

Focus: Política
Fecha: 09/07/2023

Los humanos, esa especie en proceso de deshumanización, se apropian de la leche de la vaca, destinada a su cría (terneros o becerros), y alimentan a su manada. Luego explotan la producción mecánica de la hembra bóvida hasta que alcanza su límite, para pasarla posteriormente al desguace en el matadero. A esto le llaman civilización.

Vayamos a la metáfora para entendernos. La vaca, mayor o menor, es el Estado, cualquier Estado. En él personas, empresas y organizaciones desarrollan un trabajo y generan un valor, que luego se reparte entre los componentes de la sociedad, sean parte del factor trabajo o del factor capital. El reparto está mejor o peor asignado en función del poder de cada uno de los agentes.

Pero hay un tercer sujeto económico que toma protagonismo en el papel de la asignación, aunque su contribución directa al valor generado sea poco transparente. Este sujeto es el aparato del Estado, y en concreto todas las personas, estamentos y organizaciones que forman parte del bloque burocrático. Muchas veces este sujeto hace trampas y se queda una “leche” que no le corresponde.

El bloque ha tenido una marcha ascendente en la medida en que la gestión de la cosa pública ha cobrado dimensiones relevantes. La primera gran explosión se produjo cuando los países del hemisferio norte se apropiaron de las riquezas del hemisferio sur. Se necesitaban administradores y ejércitos de mercenarios para controlar las colonias. Luego, tras las primeras revoluciones obreras y sobre todo después de la revolución soviética, algunos dirigentes occidentales (Von Bismarck, Lord Beveridge, etc.) pusieron las bases del modelo de “Estado del Bienestar” como alternativa al “peligro rojo”. Si a esto añadimos que el mensaje era que debíamos armarnos para estar preparados ante cualquier amenaza militar, el ciclo estaba cerrado. Educación, sanidad, pensiones y defensa se constituyeron en los grandes capítulos del gasto público corriente. Y en algunos países ese gasto público alcanzó el 50% del PIB. Claro que era y es una partida condicionada al vigor del otro 50%. No solo esto, sino que si entramos en el detalle del gasto público, podemos observar que hay una gran parte que funciona de manera discrecional, hasta el extremo de que si no existiera no pasaría nada o, mejor aún, todo funcionaría mejor.

Como el Leviathan (así calificó Thomas Hobbes al Estado en el siglo XVII) es un monstruo insaciable, su tendencia al crecimiento sigue siendo imparable. Y es que el Estado (la vaca) da para mucho y gran parte de la burocracia no necesaria vive “amorrada a la mamella”. Saben que la leche no es suya, pero no están dispuestos a soltar la presa.

Ahora que se han convocado elecciones generales en el Estado español, empieza el espectáculo. Y los muñecos del guiñol (Alberto Núñez Feijoo, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, Santiago Abascal Conde, Yolanda Díaz Pérez y el resto de subalternos) han saltado a la palestra para contarnos sus cuentos chinos, los viejos cuentos de antes de que Deng Xiaoping pusiera orden en el gigante oriental. Y lo hacen pertrechados de sus andanzas como altos empleados públicos, siempre pegados a las ubres de mamá Estado. Y la gente, mucha gente, los aplaude y luego los vota, quizás porque su modelo de vida es el que estos tipos representan.

Porque aunque a algunos, unos pocos, todo ello nos produzca hartazgo, vemos que el modelo tiene éxito y se reproduce a mayor dimensión en esa cosa que llaman Unión Europea, un club en el que los Estados miembros no paran de reunirse para proteger sus vergüenzas. Y aquí el Leviathan cobra todavía mayor dimensión, con una Comisión inoperante, un Parlamento pensado como un “cementerio de elefantes” bien remunerado y un Tribunal General creado para defender los intereses del conjunto del tinglado. Y es que el origen está viciado. No son ni han sido nunca “servidores públicos” para proteger los derechos de la ciudadanía sino “funcionarios del Estado”, de un macro Estado teórico de marcado signo reaccionario.

Y en estas circunstancias el tribunal citado (el Tribunal General de la Unión Europea) ha dictado una sentencia favorable a los intereses del Estado español y en contra de los políticos independentistas catalanes exiliados. Que la sentencia esté llena de arbitrariedades forma parte del guion habitual. No cabía esperar otra cosa. Esos jueces – como los del Estado español – son funcionarios y también están “amorrats a la mamella”.

Upton Sinclair, el gran escritor y activista político norteamericano, describió la situación del asalariado de forma precisa y terminante. Dijo: “Resulta difícil que un hombre comprenda algo, cuando su salario depende de que no lo comprenda”. Y si esto ocurre en el ámbito privado, imaginemos lo que puede suceder en el público, donde todo está reglado, donde no hay despido libre, donde no se acepta el pensamiento crítico, donde el respeto a la autoridad es un bien supremo.

Será por ello que la tribu de políticos, comunicadores y especies afines del nacionalismo español han expresado su alegría ante el que para ellos ha sido un revolcón a los “fugados”. Pero como no controlan sus esfínteres han roto las costuras. Por ejemplo, un tal Vázquez, representante de Ciudadanos en el Parlamento Europeo y directamente involucrado en el affaire de la caza al independentista, ha tildado al President Puigdemont y al conseller Comín de “payasos” y de “parias”. Y el ya citado Núñez ha calificado de “espléndida la decisión” del tribunal y la señora Montserrat (una inútil profesional apoltronada en el Parlamento europeo) ha insistido en que es “un varapalo más a los fugados de la justicia”. Por último una apenas conocida ministra socialista de Justicia (Pilar Llop) ha declarado exultante: “Dejémonos de paños calientes. El ciudadano Puigdemont debe presentarse…”. He analizado un poco  la trayectoria personal y política de toda esta gente en los últimos años. Aportación de valor cero. Nada de nada.

Y son estos ciudadanos los que dirigen el Estado y viven regaladamente de los Presupuestos Generales, gracias a los ingresos del resto de los contribuyentes. Y son estos ciudadanos los que tienen la desvergüenza de pedir el voto.

Son tan necios que hasta cuando conspiran lo hacen mal y van dejando huellas de su trabajada mediocridad. A ese tal Vázquez le recomiendo que se agende un ejemplar de la novela que John Kennedy Toole dejó escrita y que se publicó póstumamente con el título A confederacy of dunces” (un colectivo de estúpidos) y que en este caso el editor español tituló acertadamente como “La conjura de los necios”. Se verá retratado.

Necios sí, pero bien amorrats a la mamella”.

Alf Duran Corner
 

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QUERIDO PAUL CONVERSACIONES EN EL ESPACIO CUÁNTICO

ALFONS DURAN-PICH
PARCIR EDICIONS SELECTES 
Alf Duran Corner

 

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