Focus: Sociedad
Fecha: 06/11/2020
Podríamos referirnos al ensayo de William Miller, que con este título (“Anatomy of Disgust”) analiza en profundidad este concepto en lo que tiene de componente emocional, cultural y biológico. Miller apunta acertadamente que cada uno de nuestros cinco sentidos se ve afectado por aquellos fenómenos que nos producen un rechazo casi visceral, surgido desde nuestro sistema límbico, una de las partes más antiguas del cerebro en términos evolutivos.
La ciencia asegura que hay una parte del asco que es genética y otra, más común, de naturaleza cultural. Yo creo que en mi caso el asco que me produce el ectoplasma del Estado español se debe a mi aversión a sus creencias, valores, usos y costumbres, a su forma de entender la vida, que está en las antípodas de la mía.
Cualquier episodio de su oscuro relato me genera aversión y disgusto. La distancia física y psicológica aminora mi respuesta directa en términos de vómito, sudoración y náusea. Siempre he pensado en lo mal que lo deben pasar aquellos ciudadanos del Estado español residentes en la capital del reino que comparten mi Weltanschauung. Claro que por los indicios que tenemos son muy pocos, poquísimos, más allá de tres sigmas.
Porque es precisamente en la corrala madrileña donde hay más basura, más material orgánico pútrido, más olores tóxicos. El más reciente episodio de este esperpéntico modus social fue la fiesta organizada por un tal Ramírez (de Ramiro), con motivo del quinto aniversario de su último panfleto, panfleto que en términos económicos está en situación de pérdidas.
Ramírez, con una tortuosa trayectoria que serviría de guion para un aprendiz de novela barata, ha ido escalando posiciones en el universo mediático próximo al poder, con una combinación de amenazas, chantajes y procedimientos no declarados. Ramírez es un antecedente del también mediático Villarejo, gente que se mueve en la frontera entre la mezquindad y la sordidez.
Y a esa fiesta ha acudido la flor y la nata del ectoplasma. Destacamos ministros como Illa, Robles, Campo y Rodríguez; políticos como García Page, Casado, Gamarra, García Egea, Díaz Ayuso, Arrimadas, Villacís y Martínez Almeida; militares como Villarroya, López Calderón, Martínez Núñez y Enseñat; directivos como Huertas (Mapfre), Álvarez (Corte Inglés), Reynés (Naturgy), Taboas (Renfe) y Albarracín (KPMG).
En el transcurso del acto, el tal Ramírez hizo entrega de unos premios instituidos por el panfleto, cuyas motivaciones se desconocen. La ministra Robles recibió uno de los premios. Para medir el valor de todo ello, basta señalar que si te suscribes a ese papel, te regalan una unidad de “la corbata de Pedro J o un pañuelo con nuestro león”. Esperpéntico.
No voy a entrar en el análisis, que ya se ha hecho, sobre la desvergüenza de celebrar un evento como éste en las circunstancias actuales. Lo que sí me llama la atención es como un personaje en horas bajas como Ramírez (de Ramiro) es todavía capaz de conseguir que una representación nutrida de esa fauna madrileña acuda a su llamada. ¿Qué guarda ese ciudadano en sus secretos archivos sobre el ectoplasma?
En una de las novelas de Thomas Bernhard (“Verstörung”), autor que también incluiríamos entre los estudiosos del asco, un médico y su hijo hacen un recorrido por un pueblo visitando a todos los enfermos, lo que les lleva a descubrir no solo sus enfermedades físicas sino también sus enfermedades morales y sociales.
Será quizás eso, pero en versión española, casposa y maloliente. ¡ Qué asco !