Focus: Sociedad
Fecha: 27/07/2021
A simple vista resulta contradictorio que traten de hacerse con el poder aquellos que lo disfrutan, los que siempre se han aprovechado de las regalías que ofrece su estatus en el marco social en el que operan. Es bien cierto que ese poder es un poder derivado de quien en último término establece las reglas de juego, que no es otro que el oligarca camuflado, ciudadano apátrida que controla y gestiona los recursos económicos mundiales en las sociedades liberal-conservadoras.
En el Estado español, ese colectivo trepador (como tan bien describe el fino analista Germán Gorráiz) está formado por las cúpulas financiero-empresariales (muchas de ellas creadas a partir de la privatización del bien público) y la tupida red de políticos, jueces, militares, jerarquía eclesiástica y medios de comunicación.
Son los herederos del franquismo puro y duro, que cuentan con la colaboración por pasividad de instituciones como la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo.
En el interior han creado un potente lobby formado por el Tribunal Supremo, la Audiencia Nacional (un tribunal de excepción, que no debería tener lugar en una sociedad democrática), el Tribunal Constitucional y el llamado Tribunal de Cuentas (que actúa al margen del sistema judicial y tiene un perfil político de imposible justificación). En términos documentales, todos ellos se nutren de los servicios de información de la Guardia Civil, una fuerza armada que debería estar al margen de los conflictos de la vida civil.
En este extraño caldo de cultivo han surgido figuras mediáticas, gentes diversas ocupando puestos que en otros países defienden profesionalmente su privacidad y que aquí hacen declaraciones sin el menor recato. Los jueces Marchena, Lesmes, Llarena, Lamela, y los fiscales Zaragoza, Cadena y Madrigal serían un buen ejemplo. Son las fuerzas de la ley (de su ley), que los anglosajones describen como lawforce.
¿Hacia dónde nos conduce todo esto? No precisamente hacia una sociedad abierta y responsable, donde el liberalismo sea una doctrina política de amplio alcance (y no una etiqueta en boca de un puñado de políticos ignorantes como Inés Arrimadas), hacia una sociedad de siervos atemorizados, hacia la liquidación del escaso espíritu crítico que nos queda, hacia la barbarie.
Y en esa vuelta atrás (donde probablemente siempre han estado los trepadores) no hay distancia ideológica entre la derecha retrógrada y la falsa izquierda. Se disputan las poltronas, pero todos trabajan con ahínco para centralizar el poder, encarcelar a los disidentes, expropiar los bienes de los ciudadanos, maltratar el medio natural y militarizar la vida cotidiana (es por ello que la pandemia es para ellos una oportunidad y no una amenaza).
Los mensajes de tirios y troyanos han dejado de ser llamativos por su carácter repetitivo, aun recordando su irracionalidad. Como cuando Pablo Casado critica a Sánchez su alianza con “Bildu, los comunistas y los independentistas”, en una mezcla explosiva que pretende cosificar “el Mal”. O cuando Sánchez habla de recuperar la concordia y el reencuentro entre los catalanes y olvidar el procés, que ha dejado –según él– “un triste balance de dolor, pobreza y estancamiento”. O cuando Díaz Ayuso acusa a Sánchez de negociar con “el lobo hambriento del independentismo”. O cuando la actual ministra de Política Territorial Isabel Rodríguez declara que “el independentismo debería haber aprendido la lección “.
O son unos ignorantes o son unos cínicos. No sé si Casado sabe que ETA depuso sus armas hace mucho tiempo y Bildu es un partido tan legal como el PP, aceptando que este último lo sea. Tampoco debe saber que el partido comunista firmó su acta de defunción el día que Santiago Carrillo firmó los pactos de la Moncloa, y que Podemos tiene tanto de comunista como Casado de físico teórico. Y sobre el independentismo catalán su error de apreciación es mayúsculo. En ese independentismo navegan muchas corrientes, desde el conservadurismo histórico a los anticapitalistas. ¡Es un movimiento transversal, estúpido! (que podría decir Clinton).
Pedro Sánchez tampoco se ha enterado de que el problema catalán no es entre catalanes sino entre el independentismo y los sucesivos gobiernos del Estado, que nunca han aceptado la realización de un referéndum en el que libremente pudiera expresarse la voluntad del pueblo catalán. Y que los que en Catalunya se oponen a esa corriente son españoles que viven en Catalunya y han optado por esa condición, condición que también tendría su espacio en el referéndum propuesto. Por último –y eso es lo que más le duele– tampoco es consciente de que el procés (con todos sus altibajos) ha sido y seguirá siendo el proyecto más ilusionante que los catalanes han tenido desde hace cien años (cuando en 1907 se produjo el triunfo de Solidaritat Catalana en las elecciones). Lo que han dicho y puedan seguir diciendo la twitera Díaz Ayuso y la exalcaldesa de Puertollano y hoy ministra Isabel Rodríguez no es más que el eco de un guion prestado. No pueden ocultar su condición de teloneras fracasadas.
Friedrich Nietzsche ya nos puso en alerta contra la supuesta racionalidad del hombre. En “El ocaso de los ídolos” afirma: “La cultura occidental está viciada desde su origen. Su error, el más pertinaz y peligroso de todos, consiste en instaurar la racionalidad a toda costa”. Imaginamos que estos personajes leen poco, pero quizás la lectura de Nietzsche les ayudaría a reconciliarse mínimamente con la razón.
El sainete de Arniches está servido. Los actores principales seguirán soltando sus bravatas entre chascarrillo y chascarrillo. La casta del Estado siempre se mantendrá dispuesta al asalto al poder. Las masas españolas (amorfas, acríticas, fácilmente manipulables) seguirán aplaudiéndoles. Y es que a veces olvidamos que tenemos enfrente a una sociedad de funcionarios, especie peligrosa en estas lides. En su obra “El Estado y la revolución” Lenin denunciaba claramente su papel:
“Para mantener una fuerza pública especial, situada por encima de la sociedad, son necesarios impuestos y deuda pública. Si se dispone de fuerza pública y de la capacidad de recaudar impuestos, escribió Engels, los funcionarios, como órganos sociales, se hallan situados por encima de la sociedad. Hay que asegurar su autoridad mediante leyes de excepción, gracias a las cuales disfrutan de una santidad y de una inviolabilidad particulares. El policía más vil tiene más autoridad que los miembros de la sociedad en su conjunto. El problema radica en la situación privilegiada de los funcionarios, en tanto que órganos del poder del Estado”.
Parece escrito exprofeso para la actual circunstancia. Los señores Sánchez, Casado, Marchena, Lesmes, etc. son funcionarios. Las señoras Mariscal de Gante, Díaz Ayuso, Isabel Rodríguez, etc. son funcionarias.
¿Qué podemos hacer los independentistas catalanes ante este previsible escenario? Lo primero y más importante: Mantener nuestras posiciones ocupando tantos espacios colectivos como podamos. Luego, potenciar el consumo estratégico hacia productos, marcas y empresas que compartan nuestro ideario. En paralelo, hacer pedagogía en foros, lugares de encuentro, conferencias y congresos. Poner también nuestro dinero solo allí donde nos respeten, y ocupar la calle de forma sabia y festiva. No desfallecer. En definitiva y como dice Clara Ponsatí, conseguir que Catalunya sea ingobernable.
Volvamos a Nietzsche y a uno de sus escasos cantos a la esperanza: “Aquel que tiene un por qué para vivir se puede enfrentar a todos los cómos”. Esta es la principal diferencia entre ellos y nosotros. La independencia de Catalunya tardará más o menos, pero no tiene vuelta atrás, mal que les pese al “Ara”, “La Vanguardia”, TV3, Catalunya Ràdio, “El Periódico” y al resto de “palmeros” (adulador, pelota, etc.) que cohabitan nuestro espacio social.