BARBARIE

Focus: Sociedad
Fecha: 01/03/2013

Yo no he ido jamás a los toros. Me educaron en el respeto a las otras especies. Me repugna el espectáculo macabro de unos figurines torturando a un animal. Todavía me produce más asco el comportamiento grotesco y sádico de los “aficionados”, que se deleitan con el contenido de la fiesta.

Ahora medio millón de españoles han dado su apoyo a una Iniciativa Legislativa Popular para que la “fiesta de los toros” sea considerada un “bien de interés cultural”. El parlamento ha acogido el proyecto con agrado y, salvo contadas excepciones, lo ha defendido o ha negado su apoyo por razones competenciales, no por razones éticas. Desde la derecha cavernícola a la izquierda posibilista, la mayoría de los políticos considera que éste es un tema “opinable”, como pintar los autobuses urbanos de azul o amarillo. Tenía razón Konrad Lorenz, uno de los más respetados etólogos del siglo XX, cuando decía que el eslabón entre el mono más evolucionado y el hombre civilizado, era la humanidad actual. Porque civilizar es traspasar las fronteras del salvajismo y la barbarie. Y no parece que la sociedad tenga especial interés en traspasarlas.

Manuel Vicent ha publicado numerosos escritos sobre la tauromaquia. Hemos elegido uno que compartimos casi en su totalidad. Dice así:

“Ya están de nuevo aquí los puyazos, las estocadas, los descabellos, los vómitos de sangre, donde abrevarán las moscas bajo el flamear de la bandera de España; ha comenzado la temporada taurina en las Ventas, el rito brutal y a la vez manierista, que convertirá la tortura y la muerte en un espectáculo moral. Lo menos que se puede decir de la fiesta degradante de los toros es que está fuera de época. Éste ya no es el país de gente desdentada y patilluda que alcanzaba la gloria metiéndose entre pecho y espalda vino de bota, mientras un torero, a cuchillada limpia, hacía un estofado sobre un animal para solazarse y afirmar al mismo tiempo los valores de la raza”.

El retrato es magnífico, aunque discrepo en que España haya cambiado tanto. Quizás las formas son distintas, pero el sustrato ideológico se mantiene incólume. Sólo hace falta repasar las hemerotecas: las palabras y las imágenes los delatan. El ministro Wert es un buen ejemplo, como lo fueron en el parlamento el señor Albendea y el señor Cantó. Todavía tengo en la memoria la fotografía de tres miembros del Tribunal Constitucional en la plaza de toros de las Ventas, unos días antes de producirse la sentencia contra el Estatut de Catalunya, con sus puros y su aspecto grasiento y casposo.

Y cuando abordan la defensa de su miserable espectáculo, lo hacen con argumentos tan frágiles como la “tradición” y el “arte”. ¿O es que no saben que muchas tradiciones fueron inducidas por “la cruz y la espada” para que el pueblo expresara sus bajos instintos y regresara luego al redil de la servidumbre? ¿Es que no han leído a Juvenal y su “panem et circenses”? ¿Es que no son capaces de distinguir la diferencia entre la vena creativa de un artista y la “sublimación” de sus infiernos personales?

Esta gentuza no tiene límite. La televisión ya vuelve a emitir corridas de toros. Ahora pretenden instruir a los niños en las escuelas en ese arte y así socializarlos, desde muy jóvenes, hacia la violencia y el sadismo.

Y es que si los toros son “cultura”, el canibalismo es gastronomía.

Alf Duran Corner

 

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