Focus: Sociedad
Fecha: 09/04/2021
El competente y entusiasta equipo del Greater Good Science Center de la universidad de Berkeley –de gratos recuerdos para mí– ha llevado a término una investigación sobre los aspectos positivos y negativos (al margen del económico) que el futuro post-Covid puede depararnos.
Para ello y a nivel metodológico han entrado en contacto con un nutrido equipo de científicos sociales (unas sesenta entrevistas) para que les dieran sus “futuribles”, tanto positivos como negativos. Como paso previo, los responsables del proyecto (Igor Grossmann y Oliver Twardus) han recordado que en episodios similares anteriores (el peor de ellos fue la denominada “gripe española” de 1918), los hechos posteriores fueron menos dramáticos de lo que se había predecido.
Y es que el contexto no favorece precisamente escenarios demasiado atractivos de cara al futuro. Los titulares de los medios (prensa, radio y televisión) hostigan continuamente al atemorizado personal, lo que explica el disparado uso de tranquilizantes. Berkeley pone un poco de orden, y aunque se ciña al universo anglosajón, sus resultados son extensibles al territorio mundial que podríamos denominar “liberal-conservador”.
Para romper el fuego, empezaremos por las consecuencias positivas más relevantes que avizoran. La primera es un notable aumento de la solidaridad. Parece que la mayoría de la gente ha tomado conciencia de la importancia de la ayuda mutua. Que somos animales sociales y que nos necesitamos unos a otros. Y que este rasgo –indican los científicos– ha llegado para quedarse. La pandemia ha permitido constatar que todo el planeta está interrelacionado, que no existen islotes aislados libres y no contaminados.
La segunda –vinculada a la primera– es que se producirán cambios políticos estructurales, que pueden conducirnos a una sociedad más justa e inclusiva. Hemos comprobado que somos vulnerables y que el modelo actual dominante no es capaz de resolver o paliar este tipo de problemas. Ello nos llevará a un reparto más equitativo de recursos, nacional e internacionalmente. No es que lo hagamos por bondad sino porque estimamos que así aseguramos mejor nuestros intereses vitales, que están más allá de los económicos.
La tercera consecuencia es la puesta a punto de unas renovadas conexiones sociales. Apenas conocíamos a nuestros vecinos –dice Jennifer Lerner– (profesora de “toma de decisiones” en la universidad de Harvard), y ahora hemos descubierto que los necesitamos.
Si vamos ahora a la otra lectura del fenómeno y nos centramos en las consecuencias negativas, vemos rápidamente que algunas de ellas son la cara oculta de las positivas, lo que nos permite comprender la volatilidad de todo ello.
La primera es el incremento de los prejuicios, sobre todo de los étnicos. Este futurible se ha evidenciado ya en Estados Unidos contra los ciudadanos americanos de etnia oriental (bajo la teoría de que los males vienen de China). Sería algo así como el pasivo del aumento de la solidaridad grupal, que fortalece y cohesiona a los próximos y desprecia a los ajenos.
La segunda consecuencia, también ligada en este caso a la anterior, es el descontento político. Se exacerban las diferencias percibidas y ello produce malestar. Es una sociedad polarizada en la que los tuyos son los buenos y los otros son los malos. Esto choca con la solidaridad citada previamente, lo que nos lleva a concluir que segmentamos emocional e ideológicamente.
Una tercera consecuencia (ésta de orden práctico) es la aceptación de las tecnologías digitales, tanto en el trabajo como en el hogar. Y siendo cierto que globalmente la consecuencia es positiva (flexibilidad en el teletrabajo, menor uso del transporte, menos costes medioambientales), también pone en evidencia la brecha digital, que aparca a los grupos sociales con menos recursos.
Si analizamos el conjunto del estudio, vemos que las bondades esperadas de la post-pandemia son muy generales, en tanto que las maldades son muy específicas. Entre estas últimas, podemos distinguir:
Y es que, a nuestro pesar, es más fácil describir lo malo que lo bueno. La felicidad, por ejemplo, es un estado de ánimo puntual e irrepetible que se mueve en un mar de emociones, en tanto que el malestar, aunque pueda parecer difuso, es más fácil de objetivar bajo la guía de la razón.
Yo sigo creyendo que nada será igual que antes, pero no espero mucho del sentido de los cambios predecibles.
¿Buenas noticias? Las que sea capaz de encontrar en el refugio íntimo de su propia vida.