BUREAUCRISTAN

Focus: Sociedad
Fecha: 07/03/2019

El seguimiento por televisión del juicio a los independentistas catalanes (sólo para Cataluña, no fuera caso que algunos españoles cayeran en la cuenta de la irracionalidad de todo el montaje), ha puesto de manifiesto una vez más la singularidad del colectivo burocrático: jueces, fiscales, abogados del Estado, ordenanzas, secretarios y policías.

El primer impacto visual resulta dieciochesco, con toda la parafernalia de las posiciones en el estrado, la pomposa vestimenta, lo artificial del lenguaje, el falso sentido del orden, la manifiesta jerarquía del bloque, la continua tendencia a citar números y fechas, las monótonas repeticiones, los tonos de voz, etc. Es como un auto sacramental trasladado al siglo XXI.

No nos debería parecer extraño este ensamblaje, pues la burocracia opera siempre de esta manera. Se siente a gusto en su caldo de cultivo.

A estas alturas no vamos a descubrir la razón de ser de la burocracia. Sin ella el Estado no existiría. Aunque desde posiciones discrepantes, tanto Max Weber como Marx justificaban su existencia con propósitos de eficiencia. Claro que una cosa es la teoría y otra muy distinta la práctica. Sólo los ácratas y los libertarios se han opuesto frontalmente a ella.

Yo estoy más cerca de estos últimos que de los primeros. Entiendo que un Estado moderno ha de ser ligero, tomando protagonismo solo en dos sectores esenciales: sanidad y educación. El resto de capítulos ha de ser de mínimos.

No me gusta el burócrata profesional, el que orienta su vida hacia las oposiciones, hacia el puesto seguro, hacia las prebendas, hacia una jubilación tranquila. Castilla es la gran paridora de este tipo de personas, quizás porque la cultura dominante así les condiciona. Si además ascienden en la escalera del poder, este tipo de gente suele ser muy peligrosa. Y lo son porque amparados en la estructura del Estado toman decisiones sobre asignación de recursos sin asumir ningún riesgo a cambio. Como diría el fino analista Nassim Taleb, “no se juegan la piel”.

Por su propia naturaleza, el burócrata es conservador. Cultiva la aversión al riesgo y se opone a cualquier cambio, por simple que pueda ser. El denominado “poder judicial” en el Estado español forma parte del “Bureaucristan” y está impregnado de la cultura heredada del franquismo, hasta el extremo de que muchos de los nombres y apellidos de los altos tribunales se repiten cincuenta años después.

Los más listos han dado un paso adelante y han accedido, a través de las puertas giratorias, al mundo de la empresa privada, sin que se les conozca ningún mérito para ello. Todo su activo es una lista de teléfonos. Basta echar un vistazo a la posición actual de los primeros y segundos niveles de los gobiernos de Aznar, Rodríguez Zapatero y Rajoy para verificar este roadmap.

Ya sabemos que esto no debería ser así, pero es. En teoría el funcionario está para prestar un servicio público, no para aprovecharse de su acceso al entramado del Estado. El propio Taleb, antes citado, recomienda:

“Una buena regla para la sociedad pasaría por obligar a quienes entran en la administración pública a comprometerse a no ganar más de una cantidad predeterminada de lo que obtendrían en el sector privado; el resto debería ser para los contribuyentes. De este modo, podríamos tener un verdadero “servicio” público, en el sentido estricto de la palabra, en el que los individuos que trabajan para el Estado cobrarían menos debido a la recompensa emocional que conlleva servir a la sociedad. Esto demostraría que no están en el sector público por afán de inversión; uno no se convierte en sacerdote jesuita porque esto le permita más tarde ser contratado por Goldman Sachs”.

 

El gran ensayista libanés cierra el consejo con una punta de cinismo, porque sabe sobradamente que es un consejo baldío. Como contrapartida a los espabilados, están los menos listos de la administración pública, que se conforman con la pompa del puesto, un sueldo respetable, los pluses y las dietas. Por ello se sienten obligados a teatralizar su trabajo, como podemos ver en el juicio del procés”.

Un mundo en manos de burócratas es un mundo a la deriva. O estás en manos de unos aprovechados (que extraen rentas  capitalizando más adelante sus contactos) o en manos de unos administrativos promocionados, que se amparan en la letra de la ley para imponer su sesgado sentido del orden.

Como podría decir Nietzsche, arropado bajo sus sábanas el burócrata solo piensa que en la calle hace frío.

Alf Duran Corner

 

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