Focus: Economía
Fecha: 21/05/2015
El Estado Español tiene una larga tradición en el ámbito del caciquismo, ese entramado de lealtades ciegas, sometimiento al poder, corrupción, clientelismo, abuso, manipulación y un largo rosario de perversiones. Nacido en el ámbito rural, pronto se extendió a territorios urbanos, para acabar incrustándose en el núcleo de las principales instancias políticas. En la actualidad ha pasado a ser etiquetado de forma distinta (capitalismo de amiguetes, capitalismo Cibeles, capitalismo cañí, “crony capitalism”, etc.), pero no es más que la vieja fórmula con un diseño algo más moderno.
El caciquismo funciona gracias al cruce sostenido de favores entre el poder político y el poder económico, sabedores ambos de que sus protagonistas pueden cambiar su posición en la mesa de tanto en tanto.
Un buen ejemplo de este modelo político-económico-social lo tenemos en el BBVA, un banco que su presidente (el señor Francisco González) quiere que sea el primer banco digital universal.
El señor González es el arquetipo (junto a su homólogo señor Alierta) de lo que el sociólogo norteamericano David Riesman definió como “los trepadores de la pirámide”.
A primeros de los ochenta del siglo pasado, el señor González era un directivo de Nixdorf Computer, con tiempo suficiente para jugar al golf. En ese entorno tuvo una visión e hizo oposiciones para Agente de Cambio y Bolsa. Las ganó y entró en un círculo restringido de personas muy bien remuneradas. En ese círculo y más adelante conocería a otro insigne trepador (Manuel Pizarro), con quien compartía visiones de grandeza. Y, cuando en 1987, el gobierno socialista de Felipe González suprimió la actividad de los agentes de Cambio y Bolsa, Francisco González creó su propia sociedad de intermediación financiera: FG Inversiones Bursátiles.
Pronto intuyó que el círculo de los políticos profesionales podía ser rentable, y fue por ello que organizó una serie de seminarios económico-financieros a los que acudían personas de ese perfil. Una de esas personas fue Rodrigo Rato, entonces responsable económico de un PP en la oposición. A Rato también le convenía conocer a empresarios afines ideológicamente, por lo que se inició una estrecha amistad.
En 1996 se produjo el primer salto cualitativo: FG Inversiones fue comprada por el banco Merrill Lynch (hoy desaparecido). La operación se cerró por un importe de 3.700 millones de pesetas. Francisco González tenía el 40% de las acciones. Hubo zonas opacas que llevaron a la Comisión Nacional del Mercado de Valores a abrir un expediente de investigación al cabo de diez años, pero el expediente acabó archivándose.
Francisco González acertó plenamente, pues el momento era propicio para escalar nuevos puestos. Las elecciones generales habían sido ganadas por el Partido Popular, que quería acabar el proceso de privatización de las “joyas de la corona” y colocar a los suyos. Argentaria, el único banco público español en forma de conglomerado, era una de ellas, aunque de hecho el Estado sólo controlaba entonces el 20%. El tándem Rato-Aznar eligió a González para presidirlo.
Durante seis años –coincidiendo con los gobiernos del PP– Argentaria fue tomando posiciones y aclarando su estructura interna, hasta que a finales de 1999 se fusionó con el BBV, creando la marca BBVA. El nuevo banco era copresidido por Francisco González (Argentaria) y Emilio Ybarra (BBV), siendo el consejero delegado Pedro Uriarte, un hombre del BBV. La gente de Neguri no veía con buenos ojos a Francisco González, para ellos un “parvenu”.
Pero los dioses le tenían reservada otra sorpresa. A finales del 2001 explotaba el contencioso de las cuentas secretas del consejo y alta dirección del BBV, lo que llevó a la renuncia de toda la cúpula, incluyendo a Ybarra y Uriarte. Francisco González quedaba solo. Ahora podía hacer lo que quisiera. Se daba la circunstancia además de que era un importante accionista del banco, pues había invertido en Argentaria una buena parte de las plusvalías obtenidas en la venta de FG Inversiones. Tras la limpieza, Francisco González nombró a José Ignacio Goirigolzarri nuevo consejero delegado.
En la primera década del nuevo siglo, el BBVA ha tenido una trayectoria similar a la del resto de los bancos de su tamaño. Su expansión internacional ha sido una mezcla de aciertos y errores, pero la crisis económico-financiera lo ha dejado en el club de los exquisitos. Es por ello que cuando el sector financiero español hizo aguas y tuvo que ser rescatado por un fondo de la Eurozona, el BBVA esperó que surgiera la oportunidad para aprovecharse del desguace.
Entretanto Francisco González hace y deshace a su antojo. Jubiló anticipadamente a Goirigolzarri en el 2009, pero lo indemnizó con tres millones de euros anuales de por vida (con cargo, por supuesto, a las cuentas del banco). Ahora ha hecho lo propio con su sustituto –Carlos Cano– al que ha tendido un puente de plata, ya que se va con un plan de pensiones de 26 millones de euros. Otros directivos han tenido la misma maravillosa suerte.
Parece que no quiere que queden testigos de las últimas operaciones de absorción. Es así porque el BBVA se quedó Unnim en el 2012 (un banco resultante de la fusión de cinco cajas catalanas) y el pasado año CatalunyaCaixa. La cuestión es que se las ha quedado a precio de saldo. En el caso de esta última (la segunda caja de Catalunya con una cuota de mercado, del 11%), el BBVA ha pagado teóricamente 1.187 millones de euros, aunque el coste final no será superior a 600 millones, ya que hay que descontar los créditos fiscales y las garantías dadas por el Estado. Por su cuenta el FROB, o sea los contribuyentes, han aportado 12.000 millones netos oficialmente, aunque la cifra real podría ser bastante mayor.
Quedarse por 600 millones de euros una cartera de millón y medio de clientes y un volumen de activos de 60.000 millones es un auténtico prodigio. Claro que el subastador era el Estado central, controlado por los viejos amigos del Partido Popular.
Y aquí no pasa nada. Todo legal. Todo metidito en la Constitución. Incluso el caciquismo.