Focus: Economía
Fecha: 18/09/2020
Por fin se ha cerrado la macrooperación financiera que todos esperábamos, y que técnicamente ha supuesto la absorción de Bankia (el invento fracasado del PP para tener un banco propio) por Caixabank, el hijo espúreo de una entidad (la Caixa de Pensions per a la Vellesa i d’Estalvis), que Francesc Moragas, un burgués bienintencionado, creó y desarrolló con el propósito de asistir a los más desheredados y gestionar honestamente sus ahorros para asegurar una vejez decente
Aquel proyecto fue creciendo gradualmente, manteniendo el espíritu inicial y sentando unas bases económicas sólidas. Con una forma jurídica atípica (sin acciones ni participaciones), la Caixa –como la llamaba la gente– volcó sus excedentes en una importante obra social, teniendo fama en paralelo de remunerar muy bien a su personal.
Para los incipientes cachorros del neocapitalismo, la Caixa era un negocio aburrido en un sector mediocre. Y entonces llegó la guerra civil (mejor incivil) y el modelo empezó a resquebrajarse. Los fascistas hicieron buen uso de su triunfo y empezaron a colocar manu militari a sus peones, con personajes como Luño Peña, de Carreras, Samaranch y otros. Entre estos otros destacó Josep Vilarasau, un tipo inteligente y bien capacitado, que había ocupado puestos de alta responsabilidad en los gobiernos franquistas. Vilarasau se autodefinía como técnico –que lo era– aunque su concepto de moralidad lo traicionaba. En una ocasión –ya en plena seudo Transición– declaró: “... que él no notaba que hubiera una dictadura. Que él no era militante del franquismo, pero que ni le asfixiaba ni le dejaba de asfixiar”. Con Vilarasau, que fue el máximo ejecutivo durante veintisiete años, la Caixa continuó siendo una “banca de familia” dominando el mercado catalán, hasta el punto de que en 1989 se produjo una fusión por absorción de su principal competidor (la Caixa d’Estalvis i Mont de Pietat de Barcelona). Una de sus líneas de mayor rentabilidad era el mercado “interbancario”, que consistía en prestar dinero puntualmente a sus competidores, ya que disponía de una abundante tesorería.
Cuando los gobiernos del duopolio PSOE-PP empezaron a privatizar, Vilarasau fue fiel a la trayectoria de Luño Peña y a su pragmatismo moral, empezando a comprar grandes paquetes de acciones de los antiguos monopolios públicos (Telefónica, Repsol, Gas Natural, etc.), lo que creó un vínculo más estrecho con la pomada financiera madrileña. Vilarasau se aferró al puesto, aunque fue cambiando de posiciones en las tarjetas de visita, hasta que la presión de los gobiernos central y catalán le obligaron a dimitir.
Esa cultura autocrática hizo mella en su sucesor (Isidro Fainé), un hombre de origen humilde, inteligente y trabajador, que encontró en el Opus Dei su paraguas protector. Si Vilarasau era un tipo más bien adusto, Fainé ofreció desde el inicio unos modales más suaves, aunque el concepto de autoridad suprema lo tenían ambos muy asumido. Si alguien pretendía hacer sombra, se le ponía una alfombra (tan noble como fuera necesario) y se le enseñaba la puerta. Eso sí, con dinero de la Caixa, que era de todos y que en consecuencia no era de nadie. Ya se conoce el dicho de que “qui roba al comú, no roba a ningú”.
Fainé fue creando una red de fieles, muchos de ellos pertenecientes también a la Obra, y expandió la actividad con una fuerte apuesta por el mercado español, en detrimento del catalán.
Cuando se produjo la gran crisis financiera del 2007 (de la que en España las autoridades económicas se enteraron muy tarde), el modelo histórico de las “caixes” se fue a pique. Diez años después, el 51% de las oficinas habían desaparecido y las marcas destacadas habían sido absorbidas, a precio de ganga, por los bancos, entre los que estaba, como no, Caixabank, la nueva entidad construida sobre las bases de la Caixa, ajustada a la nueva normativa bancaria. En este proceso de liquidación, en el que el lobby bancario histórico (Santander, BBVA, Sabadell) puso el mayor empeño, intervino como agente principal el duopolio gubernamental del Estado, contando con la colaboración de los partidos políticos que habían “okupado” los puestos directivos en las “caixes”, empezando por Catalunya Caixa, Caixa Girona y otras. Como ya se ha dicho repetidas veces, la desaparición de miles de agencias en Catalunya supuso la denominada “exclusión financiera geográfica”, que hace que muchas poblaciones no puedan acceder a los servicios financieros más elementales.
Caixabank quiso emular a los bancos totales y fue por ello que adquirió en el 2008 los negocios en España de banca privada de Morgan Stanley, banco de inversión norteamericano en el que había trabajado el que luego sería su principal ejecutivo Gonzalo Gortázar. Más tarde (2015) compró también la banca corporativa y gestión de patrimonios de Barclays en España. Unos afanes megalomaníacos le llevaron a tomar posiciones en el exterior, con escaso éxito. La cultura histórica, aquel intangible que queda bajo la moqueta cuando el antiguo equipo directivo ha abandonado el barco, no tenía nada que ver con los nuevos modales. El que fue representante de Comisiones Obreras en La Caixa y empleado durante largos años (Manel García Bel), lo expresó muy bien: “Se ha suprimido la autonomía de las oficinas, se va a la colocación de productos por encima del cliente, se prima más al “dinero nuevo” que al cliente tradicional, se renuevan prácticas de las que se había huido desde el affaire de las “primas únicas”, y se vuelven a colocar al cliente tradicional, que no es especialista financiero, productos de alto riesgo como acciones de CaixaBank, bonos convertibles en acciones o la reconversión de las participaciones preferentes”.
Y ahora con la fusión con Bankia (el conglomerado montado por Rato, que acabó siendo la tumba de un montón de cajas de ahorro) se ha cerrado el ciclo. El “Deep State” puede estar satisfecho porque ya tiene un banco. En un sector sometido a regulaciones como es el bancario, no importa que el Estado (o sea los contribuyentes) sea solo el segundo accionista. Será el que manda. Y contará con la colaboración entusiasta del primer accionista, que en el papel es la “Fundación La Caixa”, pero que en la práctica será su presidente Isidro Fainé, destacado miembro del Opus Dei, nacionalista español, que ha tejido en la fundación una junta de leales nombrados por digitocracia, que harán, como siempre han hecho, lo que diga el jefe. Y es que esto estaba cantado y españolizado de antemano, si tenemos en cuenta que la Comisión Ejecutiva de la Fundación la forman hoy los señores Fainé, López Burniol, Solana Madariaga, Gay Montalvo, Godó Muntañola, Homs Ferret y la señora Estapé Tous. Los menos avisados pueden consultar la hemeroteca para situarse sobre esta galería de ilustres personajes. Respecto a la reducción de empleados, que en otro sector sería dramático, no tienen por qué preocuparse los afectados. El “gobierno de España”, como acostumbra a repetir monótonamente el señor Sánchez, aplicará el modelo Santander de prejubilaciones doradas, que quiere decir en lenguaje llano que los contribuyentes pagaremos el dispendio, con cargo a la Deuda Pública.
Si Francesc Moragas levantara la cabeza se quedaría atónito. De aquella Caixa de Pensions no quedarán ni los flecos. Las dos torres pueden alquilarlas como apartamentos de lujo y sacar la X de las enseñas. Lo que dicen sobre una central operativa a caballo entre Madrid y Barcelona, no tiene sentido. Sólo por razones de eficiencia, el poder ha de estar centralizado y lo estará en Madrid. El “gobierno de España” se ha felicitado por la operación a través de la figura de la ministra Calviño, que por cierto estuvo implicada en la fracasada OPA de Gas Natural sobre Endesa, en su calidad en aquella época de funcionaria de la Unión Europea (consultar de nuevo la hemeroteca). Además cuentan con la bendición (en este caso no virtual) del vicepresidente del Banco Central Europeo señor De Guindos, miembro como no del Opus Dei.
La buena noticia a corto plazo es que todavía podemos colocar nuestros ahorros en algunos bancos extranjeros y en las no contaminadas (por ahora) Caixa de Enginyers i Caixa Guissona, aunque su red de oficinas es limitada.
La segunda buena noticia a largo plazo es que el sector bancario, en su faceta de banca comercial, tiene escaso futuro. Cuando entidades como Amazon, Google o Facebook entren en juego, los grandes operadores (como el Santander, el BBVA y el floreciente nuevo Caixabank) tendrán serios problemas. Ya están muy descapitalizados y lo estarán más.
Claro que a algunos siempre les quedarán aquellas palabras del señor Escrivá de Balaguer que decían: “Cada vez estoy más persuadido de que la felicidad del cielo es para los que saben ser felices en la tierra”.
Amen.